Lo que trae la
tormenta
Regresó
abriéndose paso a través de los planos, como lo haría un explorador en la
jungla cerrada, con las manos sobre los hombros de Ash y Emu, guiándolos. Allí,
dónde el amanecer parecía detenerse, dónde la salida del sol se postergaba
indefinidamente…
Todo
seguía tal y como lo había dejado; la casa y esa bomba de pesadumbre que la
cubría. Todo excepto las protecciones, que habían sido retiradas dejándoles el
camino despejado. Una invitación, eso es lo que era. Y supo en el acto que él
no se encontraba dentro. Emesh no estaba.
—No
está, pero hay alguien —susurró Ash.
Miró
arriba, al firmamento, tratando de orientarse. Estaba anocheciendo y el cielo plomizo
aparecía cubierto de nubes, igual que la última vez que estuvo allí. Había
estado lloviendo, y el olor a humedad de la tierra se mezclaba con todas las
sensaciones que lo invadían. No podía ver las estrellas, ni nada que le
indicase dónde se hallaban.
—¿Dónde
coño estamos? —preguntó volviéndose hacia Emu.
Su
hermano tenía la capacidad de comunicarse con la tierra. Ella le hablaba en
silencio, solo a él. Éste se agachó y paseó la mano por el suelo,
acariciándolo, cerrando los ojos concentrado.
—No
estamos muy lejos de casa —dijo en un tono vago.
—Genial,
eso también te lo podría haber dicho yo.
La
diferencia de hora debía ser mínima, cuando salieron de Islandia también
anochecía.
—Inglaterra
—afirmó Emu haciendo una mueca tras una breve pausa.
Se
puso en pie, y los tres se miraron decidiendo qué hacer.
—Marduk
está ahí dentro —dijo Ash—. Creo que nos está esperando.
No
sentía la presencia de la mujer como días atrás. Quizá Emesh se la había
llevado con él…
—Pues
no le hagamos esperar más.
Emprendió
el camino que llevaba hasta la puerta sin poner ningún cuidado en no ser visto.
Si los estaban esperando, ¿qué sentido tenía?
—¿Sabes
dónde está?
Ash
negó con la cabeza sin volverse a mirarlo, escrutando con atención en busca del
gigante, como si pudiese ver el interior de la casa. Un cuervo graznó en alguna
parte tras ellos, y tuvo que reprimir el impulso de girarse. Sentía la tensión
en los hombros como una advertencia, esa tensión que hace que estés preparado para
cualquier cosa. El peso de la espada curva en su espalda le resultaba familiar
y reconfortante, y alzó la mano para soltar el fino enganche que la mantenía
sujeta en su funda.
—Entremos.
Sus
hermanos le siguieron por los pasillos, sin separarse de él ni tres pasos. Ash
mirando al frente, como él; Emu a su espalda. Habían entrado por la puerta
principal y cruzaban salones que, años atrás, debieron ser infinitamente
lujosos. El tiempo se había cebado en sus raídas cortinas y alfombras, en los
tapices que pendían de las paredes. Sin embargo, sentía allí la esencia de los
dos sumerios, y también la de la muchacha. Era en aquella parte de la casa
dónde pasaban más tiempo, alejada de dónde él había permanecido encerrado.
Caminaron despacio hasta que una sombra descomunal se recortó en una de las
puertas dobles.
Marduk
parecía tranquilo, ciertamente, como si los estuviese esperando. Su gélida
mirada los atravesó a los tres, pero fue en Ash dónde se detuvo. Ambos se
examinaron con atención como si no existiese nadie más. Pudo ver una enorme
cicatriz a un lado del cuello y otra cruzándole el vientre. Ambas muy tiernas,
rosadas, recubiertas por una fina capa de piel que parecía querer
resquebrajarse en cualquier momento.
Y
quien sabe cuánto tiempo pasaron así los dos, Ash y el sumerio, únicamente
observándose. Hasta que Ash ladeó la cabeza y le hizo un gesto al gigante en su
dirección. Éste asintió con el ceño fruncido y volvió sus ojos negros hacia él.
Ojos negros, las puertas a un oscuro corazón que no se molestaba en ocultar. Marduk
hizo una mueca de asco antes de meter la mano en el bolsillo de los pantalones
de piel y sacar algo que reconoció al instante: la gema roja que Emesh había
llevado al cuello. Quizá no fuese la misma, no estaba seguro. Quizá fuese una
idéntica… Aunque algo en su interior le decía que no era así. Puede que el
tenue brillo que emitía, como si no hubiese nada más en el mundo capaz de brillar
de aquel modo. Se la lanzó y él la cogió al vuelo.
Y
en ese momento todo cambió.
Los
latidos débiles y espaciados de un corazón a punto de detenerse. Palpitaba
despacio en su mano, como si él tuviese ahora el poder sobre la propia vida o
la misma muerte. Era una sensación aterradora que le atenazó la garganta. La
sorpresa de descubrir lo que tenía en las manos, descubrir que era ella, y descubrir el poder
que encerraba aquel pequeño cristal le revolvió el estómago.
—Vörj…
—la voz de Ash lo sacó de su estupor—. Ella está en las caballerizas, ve a
buscarla y llévala a casa. Vete con Emu, id los dos.
Emu
protestó y Ash lo acalló levantando la mano.
—Esto
es cosa mía —dijo él sin más, mirándolos a ambos—. Daos prisa.
Y
sentía la urgencia de la vida de la mujer al límite, no tenían tiempo para
discutir.
—Maldita
sea, joder —masculló antes de dar media vuelta y salir corriendo.
Emu
le siguió pisándole los talones sin decir palabra. Ignoraba si su hermano
estaba al tanto de lo que había pasado en aquel pasillo, pero en cualquier caso
no preguntó, simplemente se limitó a hacer lo que se le pedía.
No
le costó demasiado encontrar el sitio, podía seguir la señal de la gema como si
fuese una bengala en la oscuridad. Una que estaba a punto de extinguirse… Las
caballerizas estaban situadas junto al edificio principal, pero aparte, enormes
como para albergar a docenas de animales. El olor de la sangre y el miedo lo
golpeó incluso antes de atravesar el gran portalón de madera.
Ella
pendía de un gancho en el centro, sobre un charco oscuro y coagulado. Su pálido
cuerpo teñido de rojo, surcado por infinidad de profundos cortes. Demasiados
como para llegar a contarlos siquiera.
—Oh,
Padre… —susurró su hermano a su lado. Emu
corrió hacia ella y la tocó con suavidad—¡Está
viva! —exclamó sorprendido.
—Ayúdame
a bajarla —le dijo.
Entre
los dos la sacaron del gancho con cuidado. Una vez en el suelo la tendieron y
cortaron las sogas de las manos. Las tenía negras, lo que indicaba que llevaba
allí colgada una eternidad. Negras y heladas. Las frotó con delicadeza,
esperando que la circulación volviese, aunque no parecía quedarle ya ni una
gota de sangre en el cuerpo. Sus muñecas estaban adornadas, además de por las
terribles laceraciones propias de la cuerda, por unos brazaletes llenos de inscripciones en
una lengua que identificó enseguida. Su hermano le lanzó una mirada
significativa, pero se guardó el comentario para él.
—Tráeme
algo para cubrirla, ¿quieres?
Emu
salió corriendo fuera del recinto, rumbo a la casa de nuevo. Entre tanto,
observó las manos con más detenimiento. La soga le había hecho unos cortes
profundos que casi parecían llegar hasta el hueso. Se fijó en que tenía un
hombro dislocado, y lo devolvió a su posición natural con un movimiento seco aprovechando
que estaba inconsciente. Fue entonces cuando vio el mordisco, allí mismo. Si le
giraba la cabeza encajaba perfectamente: era suyo. Se había mordido con ganas,
sin medias tintas, desgarrando piel y carne. Sintió rabia y repugnancia y, en
aquel momento, no hubiese sabido decir cuál de las dos iba ganando. Emu regresó
entonces con una manta raída, similar a la que había utilizado él mismo días
atrás.
—Es
lo mejor que he podido encontrar —dijo adivinándole el pensamiento.
—Servirá.
—Algunas de las heridas más profundas habían comenzado a
cicatrizar, pero las han reabierto de nuevo —susurró su hermano junto a él
mientras la extendía, señalando una incisión sobre los riñones. Sí, se veía
claramente como la piel de los bordes había querido volver a juntarse, pero un
nuevo corte aparecía sobre ella.
La
pusieron encima de la manta y la taparon, asegurándose de que el cuerpo conservaba todo el calor posible. La levantó
en brazos, colocándola de manera que el hombro dislocado quedase hacia afuera. Era
menuda y, aún así, se sorprendió de lo poco que pesaba. Los pies sobresalían
por el extremo, de un blanco que hacía daño a la vista, contrastando con el
rojo de la sangre que la cubría por completo como una segunda manta.
—Vamos —dijo sin más.
—¿Qué hacemos con Ash? —preguntó su hermano.
—Vamos —dijo sin más.
—¿Qué hacemos con Ash? —preguntó su hermano.
—Nada.
—¿Vamos
a dejarlo solo?
—Sí,
así es.
Arikel
quería resolver aquello solo, lo había visto en esos ojos grises que conocía
tan bien. Debía apartarse y dejarlo. No había sido una petición, había sonado
más bien a que no le quedaba más remedio que claudicar... Y de no ser así,
perdería su confianza. Lo perdería a él, quizá para siempre. Y estaba decidido
a conservarlo, fuese como fuese. Incluso haciéndose a un lado, si era eso lo
que necesitaba. Para él el encuentro con Marduk era algo personal y debía
respetarlo. Emu torció la boca y resopló, dando a entender que no estaba de
acuerdo.
—Es
hora de irse, Emu, se nos agota el tiempo.
Y
no tuvo que añadir más. Su hermano salió delante con paso ligero y los dos
desandaron el camino hasta el punto en el que habían aparecido. El silencio era
sepulcral. Ningún sonido provenía de la casa, ni conversaciones ni dos hombres
a punto de matarse. Era inquietante. El silencio casi siempre lo es. Y al igual
que la última vez, echó un vistazo antes de desaparecer, con la esperanza de no
tener que regresar jamás. Hasta que sintió el peso de la mano de Emu en su
hombro. Esperaba no haber recuperado a Arikel solo para perderlo
definitivamente poco después. Y con ese único pensamiento en la cabeza, se
perdió en la noche.
* * *
La
información le llegaba en pequeñas dosis, como extraídas con un cuentagotas.
Información justa, nada que comprometiese a Emesh, pese a que el gigante que
tenía ante él lo odiaba a muerte. Eso lo dejó claro. El sumerio aborrecía a
cualquiera en general, pero a su propio hermano… A él le guardaba un lugar
especial en el fondo de su corazón. Vio lo que habían sido los dos días
anteriores para él y sintió como la repugnancia lo invadía. Marduk se había
empleado a fondo para mantener el control sobre sí mismo, para alargar el
momento de dicha. El único momento de paz que había tenido en su vida desde
hacía mucho tiempo… Y sin embargo, al final, quiso redimirse de alguna forma
entregándosela a ellos. Allí a dónde se dirigía ya no necesitaría a la mujer,
sería libre por fin. Libre de su hermano, de su obsesión, libre de la vida que
le habían obligado a llevar. Libre de todo. Libre. La rabia ciega se había
enfriado, dejando únicamente una estela de desprecio por todos y todo. La
cabeza fría, y el pulso templado.
Ash
había limpiado la espada corta del hombre como si fuese su propia arma. La sacó
y se la lanzó, y él la atrapó en el aire, rompiendo el contacto visual que
tenían unos segundos para contemplarla. Pasó su mano por el filo, cortándose la
palma, comprobando que ya no había veneno en la hoja. Estaba complacido. La
cabeza fría, y el pulso templado. Estaba preparado. Volvió a mirarlo y asintió.
Marduk
deseaba la muerte, pero no se la iba a regalar. Tendría que tomarla por las
malas, luchando con uñas y dientes. Exactamente igual que la primera vez.
Sacó
los estiletes de su funda y se dispuso a complacerlo.