En casa
¿Qué
se le dice a una persona a la que hace más de mil años que no ves?
¿Y
si esa persona fuese la más importante en tu vida?
Diablos,
¿qué coño se le dice?
Cuando
sus frentes se separaron y levantó la vista, Emu y Yo habían desaparecido. Muy
hábiles, sí. A la mierda con ellos.
—Entonces,
¿es ahora cuando vas a sacudirme?
Ash
esbozaba una media sonrisa irónica, tan igual y tan distinta a la vieja sonrisa
de siempre. Rota, como todo él.
—No,
esperaré a ver cómo va la cosa.
Quería
darle un abrazo, uno de verdad. Apretarlo contra su cuerpo hasta que escuchase
como le crujían todos los huesos. Pero él no parecía muy receptivo al contacto,
podía sentir su rechazo crepitando entre ellos como el fuego del hogar. Nunca
había sido propenso a las muestras de afecto, sin embargo, ahora, su actitud reacia
era diferente. Todo en él era diferente. ¿Qué se le dice a una persona a la que
hace más de mil años que no ves?
—No
sé si puedo hacer esto ahora —dijo Arikel con voz profunda.
Esto,
aquello, el muro que nos separa. ¿Hay alguien al otro lado? ¿Queda algo de mi
hermano detrás de los ojos grises que ahora me miran como si fuese un completo
desconocido? Sus frentes se separaron y el momento se rompió en pedazos, como
la frágil porcelana cuando cae al suelo.
Los
suyos no se aislaban de los demás, no se desvinculaban. Porque Ash había roto
su vínculo. No solo se había ido, había roto su vínculo. Lo sabía ahora, que lo
tenía delante. Sentía el fluir de sus reservadas emociones, su esencia, dando
muestra de que realmente estaba allí de una forma física, y no solo en su
imaginación, como tantas otras veces. Y nada más. No lo percibía de la misma
forma en la que sentía a Emu y a Yo. Incluso con el sumerio tenía ahora un lazo
más fuerte; palpitaba bajo sus venas como lava hirviendo. Y no sabía si podía
hacer esto ahora, había dicho. ¿En serio? ¿Exactamente qué es lo que no estás
seguro de poder hacer? El gris de sus ojos fluctuaba, oscureciéndose, leyéndolo.
Podía verlo todo y, en cambio, él no podía ver nada.
—Compartir
—respondió Ash casi avergonzado. Y
entendió que se refería precisamente a eso.
—Vete
a la mierda.
Tuvo
que coger aire para distanciarse, para apartarse de él. Fue hasta el sillón y
se sentó, encendiéndose uno de los cigarrillos liados que guardaba en el
bolsillo de la camiseta y dejándolo en sus labios por miedo a destrozarlo con esas
manos torpes. Se sentía agotado. Agotado de verdad. Incapaz de dar un solo paso
más ni de pronunciar una sola palabra. Agotado física y mentalmente. Ash no se
movió de donde estaba, apoyado en la pared con los brazos cruzados sobre el
pecho.
—Tenemos
problemas, Vörj.
Bueno,
por eso había vuelto, ¿no? Estaban de mierda hasta el cuello.
—Dime
algo que no sepa.
La
espada sumeria descansaba encima de la pequeña mesa, frente a él. Había restos
de sangre. La sangre de su hermano. Y algo más. Y en medio de todo flotaba el
nombre. El nombre de la persona que lo había iniciado todo. Si se paraba a
pensarlo, no le resultaría tan difícil de imaginar. El problema estaba en que
no quería pararse a pensarlo.
—En
algún momento tendrás que hacerlo —dijo Ash siguiéndolo de nuevo a su manera.
Él dejó escapar un gruñido y le dio una larga calada al cigarrillo.
Y
permanecieron en silencio mucho rato, hasta que Emu y Yo regresaron de dónde
quiera que hubiesen ido.
—¿Así
están las cosas? —preguntó Yo afectado.
—No
sé cómo están las putas cosas, pregúntaselo a él.
Se
sintió como un niño pequeño en cuanto dejó escapar las palabras. Emu y Yo se
miraron y en los ojos cobres de Emu había un claro «te lo dije»
que jamás pronunciaría en voz alta, porque él no era esa clase de persona. Se
preguntó qué es lo que habrían hablado, y decidió que tampoco quería saberlo.
—Está
bien —dijo Yeialel suspirando con resignación—, ¿podemos hablar ahora de ese
vínculo? ¿Puedo echarle un vistazo?
—No
y no. No puedo pensar con claridad, Yo, necesito dormir —añadió suavizando el
tono tirante—. Y no soy el único.
Ash
parecía tan agotado como él o más. Pálido y delgado, como una sombra de lo que
había sido. Ya habría tiempo. Después.
Después…
* * *
Cuando despertó se sintió desorientado; tuvo
que pararse a pensar si estaba en casa o en la habitación en la que había
estado encerrado todos aquellos días. Los momentos anteriores a meterse en la
cama eran como un borrón, difíciles de recordar. Estaba sorprendido. Sorprendido
de haber dormido -y tenía la sensación de haber dormido mucho-, algo
completamente inusual. Sentía la cabeza despejada, como si su vida antes de
acostarse fuese la vida de otro.
Comprobó
la herida: ni rastro. Joder, ¿cuánto había dormido? ¿Y porque nadie lo había
despertado? Se vistió con ropa cómoda y bajó en busca de sus hermanos; los
encontró a los tres en el salón. Yo examinando el costado de Ash, que estaba
sentado en el sofá desnudo de cintura para arriba, con el brazo en alto,
dejando a la vista todo un muestrario de tatuajes, hematomas, marcas y viejas
cicatrices. Emu los observaba en silencio con los ojos entrecerrados,
posiblemente pensando lo mismo que él. Hubo de apartar la vista de su cuerpo
porque no podía soportar la visión de todo aquello; la realidad, la prueba
irrefutable de que ya no existía un vínculo entre ellos. Y por otro lado podía
comprender, o un poco mejor, que su hermano fuese reacio a hablar de eso. De la
persona que ahora era y de la que ya no estaba.
Su verdadero reto
consistiría en que esas dos personas, tan iguales y tan diferentes, pudiesen
coexistir de algún modo. O que él pudiese coexistir con ambas partes. Asumir,
en resumen, que las cosas eran distintas. A sus ojos, Ash seguía teniendo un
aspecto demacrado. Demasiado delgado, como si simplemente se hubiese olvidado
de que tenía que comer. Las costillas se marcaban claramente, perfiladas como
blancos dientes asomando bajo la piel. Al menos parecía encontrarse mucho mejor
que antes. Algo era algo…
—¿Es
que no comes? —le dijo tratando de romper el hielo.
—Solo
cuando me acuerdo —respondió él inclinando los labios ligeramente hacia arriba.
—No
ha cicatrizado. Está mejor, pero no ha cicatrizado.
Yo
miraba la herida con preocupación. De todos ellos, era el único que parecía no
haber descansado en absoluto. Los cuarzos emitían ese tintineo relajante y
tranquilizador.
—Se
debe al veneno —dijo Ash, apartando la vista de él para mirarse el costado. El
corte era profundo, mucho más que un corte. Se adentraba de forma abrupta en su
cuerpo parasitándolo, invadiéndolo, lo sabía. No necesitaba que se lo
confirmasen. Aparecía ennegrecido por los bordes, dónde la tierna carne se
negaba a juntarse de nuevo, y aún más allá, dónde ya no alcanzaba a ver.
—No
puedo limpiarlo del todo. Al menos, no ahora mismo. Necesitaré trabajar en él
un poco más.
Ash
asintió frunciendo el ceño. Realmente, no parecía muy contento con el contacto.
Estaba tenso mientras los dedos de su hermano se deslizaban por la superficie
de su piel. Tenso como las cuerdas de una guitarra.
—¿Qué es esto? —preguntó Yo acariciando una
pequeña marca redonda, justo encima de la nueva.
—Eso es... un agujero de bala.
—Oh... ¿La sacaste? No la siento dentro y está en una zona complicada...
—Eso es... un agujero de bala.
—Oh... ¿La sacaste? No la siento dentro y está en una zona complicada...
—No la saqué yo.
Su voz sonaba casi indiferente, pero él
podía leer en sus emociones tan fácilmente como su hermano leía las mentes. La
mención de la cicatriz había pulsado en él una de las cuerdas de la guitarra; no
le apetecía hablar de esa cicatriz, era una de esas cosas que no iba a
compartir. No le dio más explicaciones a Yo, y él tampoco se las pidió.
—¿Cuánto tiempo he dormido?
—Casi dos días enteros —dijo Emu.
—¡¿Dos días?! ¡¿Porqué nadie me ha
despertado?!
—Porque necesitabas dormir —repuso el
pelirrojo alzando una ceja. Y era cierto, lo necesitaba. Pero eso no implicaba
necesariamente que tuviese que gustarle…
—Dijiste
que necesitabas dormir —intervino Yo levantando un instante la vista de la
herida—. Bien, pues ya has dormido. Ahora hablaremos de él y, cuando yo termine
aquí y tú hayas comido algo, voy a revisar ese vínculo.
—Maldita
sea, ¿cuándo te has vuelto tan mandón? —preguntó exasperado encendiéndose un
cigarrillo.
—Tú
me obligas. Si vas a comportarte como un niño, tendré que tratarte como a un
niño.
Pero
sus palabras perdieron algo de peso al dejar escapar aquella sonrisa franca con
la que siempre recompensaba a todo el mundo. En realidad, se moría de hambre.
Conocía bien esa sensación.
—Hay
comida en la cocina.
Emu
estaba distante, se había replegado como un caracol con la llegada de Ash, y
sabía exactamente porque. Le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que lo
acompañase, y él lo siguió en silencio.
—Estoy
bien —afirmó tajante con el fin de tranquilizarlo.
—No
lo parece.
—Pues
lo estoy, deja de preocuparte. Es solo que… es extraño. Todo es extraño, nada
más.
Le
dio una palmada en la espalda y agradeció su serenidad en aquel momento. Su
presencia firme, que siempre lo anclaba a la tierra por mucho que esta
pareciese orbitar fuera de su eje. Aunque el mundo se les viniese encima, Emu
seguiría imperturbable y él tendría un brazo en el que sostenerse.
—Gracias
—le dijo a su hermano.
Y
lo dijo de corazón.
* * *
Yeialel
cantaba o recitaba -quizá ambas cosas- en aquella lengua primigenia que
encerraba el poder de crear y destruir por igual. Que encerraba un inmenso
poder que él podía sentir crepitar en cada hueco de su cuerpo. Yeialel tejía
las palabras, entrelazándolas unas con otras, creando una sólida red que no
veía pero que estaba seguro de poder palpar si estiraba la mano. Yo tejía, atravesando
las complejas líneas del hilo que los unía, a ambos, y a él con el sumerio. Buscando. Buscando algo, lo que fuese. Algo de dónde
tirar hasta romperlo.
—No puedo deshacerlo.
En su voz había tristeza y preocupación. En
gran medida.
—Lo que está hecho no puede deshacerse
—recitó Emu sombrío.
—No importa, ahora mismo puede resultarnos
útil. Ya pensaremos después lo que haremos al respecto.
—¿Y cómo podría resultarnos útil? —preguntó
Yo escéptico.
—Emesh está aquí, mi unión con él es casi
tan fuerte como la que tengo contigo. A través de éste vínculo, puedo
encontrarlo.
Porque lo encontraría, joder si lo haría.
—¿Y qué pasará cuando lo encuentres? No
sabemos qué sucederá si le haces daño. No es el mismo tipo de vínculo, no es como
el nuestro. Es algo… sucio —Yo pronunció la palabra con desagrado, como si se
resistiese a salir—. Lo he visto, está tan arraigado, tan unido a ti, que me es
casi imposible separarlo de los demás. Tenemos que pensarlo bien, no puedes
lanzarte de cabeza sin saber cuáles son las consecuencias.
Meditó sobre lo que su hermano le decía. En
el fondo sabía que era cierto; lo supo desde que despertó en aquella cama
desconocida, junto al latido de su corazón. Hermanos,
había dicho. «Ahora somos hermanos». Lo sentía
inquieto y voraz. Oscuro como si reflejase la profundidad del averno. Lo sentía… No sabía lo que había hecho el
sumerio ni hasta dónde llegaban sus conocimientos. Probablemente muy lejos,
teniendo en cuenta de dónde habían salido. Podrían estar unidos en la vida, en
la muerte, e incluso aún más allá. Y lo peor de todo seguía siendo que uno de
sus hermanos lo había vendido.
—Viktor.
El nombre lo traspasó como lo haría un
rayo, cargado de electricidad, poniéndole el vello del cuerpo de punta. Era Ash
quien había hablado, por primera vez en mucho rato. Se miraron, y después
desvió la vista a Yo, que parecía estupefacto, y a Emu, que no parecía
sorprendido en absoluto. Los ojos cobres ardían como ascuas, y eran sus ojos lo
único que reflejaba el tumulto de las emociones que se agolpaban en su
interior. Elariel se lo había repetido muchísimas veces. Hasta la
saciedad. Sin embargo, ahora que sus temores se hacían realidad, no lo hizo. No
dijo nada, porque así era él. Alguien que aborrecía los «Ya te lo dije».
Ash
se acercó a él. Había estado de pie todo el tiempo, como si la idea de salir
corriendo fuese una posibilidad. Sus ojos grises turbulentos, como una tormenta
a punto de descargar. Duros, mucho más duros de lo que recordaba. Se acercó a
él casi tanto como cuando sus frentes se tocaron.
—A
veces —susurró su hermano—, no eres consciente de hasta qué punto puedes
afectar a los demás. De hasta qué punto puedes influenciarlos. Fuiste tocado
por Él de una forma especial. Todos te aman, algunos… desesperadamente.
La
mención a su padre le dolió. Le dolió horrores.
—Esperaba
no tener que llegar a esto… —afirmó bajando la mirada al suelo. Quería
romper el contacto visual con él, estar a solas ahí dentro, solo un momento.
Solo aquel momento.
Viktor
había sido un buen hombre, había sido incluso su amigo, tiempo atrás. Lo había
escogido para que lo sustituyese cuando se marchó y él, sin embargo, lo había
vendido. Las cosas habían cambiado mucho, se habían ido cociendo a fuego lento.
Y de haber estado pendiente lo habría visto venir. Debió escuchar a Emu, prestar
más atención a lo que pasaba a su alrededor. Pero él nunca solía estar
pendiente. No escuchaba a nadie, ni prestaba atención a nada. Ya no. Y ahora… Ahora
ya era demasiado tarde para lamentarse; el daño estaba hecho. Ahora Viktor era
su serafín, la cabeza militar de todo su círculo, el círculo de Miguel. Él le
había dado su propia espada como símbolo de su apoyo, una espada que lo
representaba todo. Una espada que lo había corrompido, volviéndolo ambicioso.
La ambición era el único motivo que se le ocurría.
Volvió
a mirar a su hermano, tratando de concebir la magnitud de esa traición y las
consecuencias de la misma. Realmente estaban de mierda hasta el cuello. Si los
demás círculos se enteraban, si detectaban una debilidad… El equilibrio podría
romperse. La delicada tregua, que se sostenía de forma precaria, terminaría. Y
cuando eso sucediese, ¿cómo iban a confiar sus hermanos en él de nuevo? Él, que
prácticamente les había dado la espalda, como todos los demás. Le costaba creer
que Viktor fuese tan estúpido, joder. Tan estúpido como para tirarlo todo por la
borda. ¿Cuándo habían llegado las cosas a ese extremo?
—Ya sabes que las treguas no duran
eternamente, en algún momento tenía que terminar. Sólo entendemos de violencia.
Y cuando el sol se ponga... —Ash sujetó un mechón de su cabello rubio entre los
dedos— Todos buscarán tu luz, como hicieron en el pasado. Confían en ti,
Viridiel. Confía tú en ellos.
De verdad esperaba no tener que llegar a ese punto. Era algo que deseaba de corazón.
De verdad esperaba no tener que llegar a ese punto. Era algo que deseaba de corazón.
—Para haber estado fuera tanto tiempo,
tienes demasiada fe en mí... —dijo.
—Bueno, ya sabes, hay cosas que nunca cambian.
Sonrió muy a su pesar, confiando en que Ash tuviese razón y esperando no tener que averiguarlo.
—Bueno, ya sabes, hay cosas que nunca cambian.
Sonrió muy a su pesar, confiando en que Ash tuviese razón y esperando no tener que averiguarlo.
—De momento —intervino Emu—, las cosas
siguen como siempre y podemos mantenerlas así. No hace falta que digamos nada,
lo resolveremos entre nosotros.
—Es cierto, no hace falta que informemos al
consejo —añadió Ash tomando distancia de nuevo, dando por zanjado el acercamiento. No, no pensaba informar a nadie.
—¿Qué
vamos a hacer? —preguntó Yo nervioso.
—Lo
que haga falta —le respondió.
Como
siempre.
—Volveremos
a la casa —anunció Ash. Él pensó en la mujer de ojos verdes, y su hermano asintió—.
Yo la ha visto en sus sueños, es la misma mujer.
—¿Qué
mujer? —preguntó de nuevo Yo. Había cierto temor en su voz, un temor que le
contagió enseguida, recordándole el nudo en el pecho que sentía cuando la
miraba a ella.
—La
mujer de ojos verdes —repuso Ash—. La mujer de tu sueño. Vörj la conoce, fue
ella la que le ayudó a escapar.
Yeialel
se contrajo en un gesto de dolor y dejó
escapar un suspiro.
—Ella
está unida a ti, Vörj. A nosotros. De alguna forma que ignoro, forma parte de
esto.
—Quizá
se debe a que me ha salvado la vida… —aventuró. Pero Yeialel negó con la cabeza
despacio, pensativo.
—No,
es algo más. Algo que va más allá de eso, lo sé.
—He
visto tu sueño —le dijo Ash a Yo—, está en peligro. Esa bestia… la del
laberinto… la he visto. Y tú también.
Sus
ojos se volvieron en su dirección, y supo a quien se refería. Y el nudo se
apretó. Se apretó tanto que le costaba respirar. Ella lo había ayudado y, ¿qué
había hecho él a cambio? Dormir dos días seguidos. Su hermano le había hablado
del sueño pero, por supuesto, no lo había escuchado. El nunca escuchaba. Ya no.
—Cuéntamelo,
Yo. Cuéntamelo una vez más.
Ignoraba
dónde estaba situada la casa, pero podía volver sobre sus pasos. Había abierto
un camino hasta allí con la traslación al
desmaterializarse, un camino que podía tomar de nuevo. Los llevaría hasta esa
maldita casa, y esperaba que los dos sumerios estuviesen allí dentro para
comprobar el alcance de su vínculo con Emesh. Viktor sería arena de otro
costal… Aún tenía que decidir qué hacer con él. Quería mirarlo a los ojos,
dejar que se explicase. Pero una cosa estaba clara: su hermano había cruzado el
punto sin retorno. Casi le había costado la vida, y no solo a él, sino también
a Arikel.
No
había perdón.