Capítulo 9




En casa




         ¿Qué se le dice a una persona a la que hace más de mil años que no ves?
         ¿Y si esa persona fuese la más importante en tu vida?
         Diablos, ¿qué coño se le dice?


         Cuando sus frentes se separaron y levantó la vista, Emu y Yo habían desaparecido. Muy hábiles, sí. A la mierda con ellos.
         —Entonces, ¿es ahora cuando vas a sacudirme?
         Ash esbozaba una media sonrisa irónica, tan igual y tan distinta a la vieja sonrisa de siempre. Rota, como todo él.
         —No, esperaré a ver cómo va la cosa.
         Quería darle un abrazo, uno de verdad. Apretarlo contra su cuerpo hasta que escuchase como le crujían todos los huesos. Pero él no parecía muy receptivo al contacto, podía sentir su rechazo crepitando entre ellos como el fuego del hogar. Nunca había sido propenso a las muestras de afecto, sin embargo, ahora, su actitud reacia era diferente. Todo en él era diferente. ¿Qué se le dice a una persona a la que hace más de mil años que no ves?
         —No sé si puedo hacer esto ahora —dijo Arikel con voz profunda.
         Esto, aquello, el muro que nos separa. ¿Hay alguien al otro lado? ¿Queda algo de mi hermano detrás de los ojos grises que ahora me miran como si fuese un completo desconocido? Sus frentes se separaron y el momento se rompió en pedazos, como la frágil porcelana cuando cae al suelo.
         Los suyos no se aislaban de los demás, no se desvinculaban. Porque Ash había roto su vínculo. No solo se había ido, había roto su vínculo. Lo sabía ahora, que lo tenía delante. Sentía el fluir de sus reservadas emociones, su esencia, dando muestra de que realmente estaba allí de una forma física, y no solo en su imaginación, como tantas otras veces. Y nada más. No lo percibía de la misma forma en la que sentía a Emu y a Yo. Incluso con el sumerio tenía ahora un lazo más fuerte; palpitaba bajo sus venas como lava hirviendo. Y no sabía si podía hacer esto ahora, había dicho. ¿En serio? ¿Exactamente qué es lo que no estás seguro de poder hacer? El gris de sus ojos fluctuaba, oscureciéndose, leyéndolo. Podía verlo todo y, en cambio, él no podía ver nada.
         —Compartir —respondió Ash casi avergonzado. Y entendió que se refería precisamente a eso.
         —Vete a la mierda.

         Tuvo que coger aire para distanciarse, para apartarse de él. Fue hasta el sillón y se sentó, encendiéndose uno de los cigarrillos liados que guardaba en el bolsillo de la camiseta y dejándolo en sus labios por miedo a destrozarlo con esas manos torpes. Se sentía agotado. Agotado de verdad. Incapaz de dar un solo paso más ni de pronunciar una sola palabra. Agotado física y mentalmente. Ash no se movió de donde estaba, apoyado en la pared con los brazos cruzados sobre el pecho.
         —Tenemos problemas, Vörj.
         Bueno, por eso había vuelto, ¿no? Estaban de mierda hasta el cuello.
         —Dime algo que no sepa.
         La espada sumeria descansaba encima de la pequeña mesa, frente a él. Había restos de sangre. La sangre de su hermano. Y algo más. Y en medio de todo flotaba el nombre. El nombre de la persona que lo había iniciado todo. Si se paraba a pensarlo, no le resultaría tan difícil de imaginar. El problema estaba en que no quería pararse a pensarlo.
         —En algún momento tendrás que hacerlo —dijo Ash siguiéndolo de nuevo a su manera. Él dejó escapar un gruñido y le dio una larga calada al cigarrillo.
         Y permanecieron en silencio mucho rato, hasta que Emu y Yo regresaron de dónde quiera que hubiesen ido.

         —¿Así están las cosas? —preguntó Yo afectado.
         —No sé cómo están las putas cosas, pregúntaselo a él.
         Se sintió como un niño pequeño en cuanto dejó escapar las palabras. Emu y Yo se miraron y en los ojos cobres de Emu había un claro «te lo dije» que jamás pronunciaría en voz alta, porque él no era esa clase de persona. Se preguntó qué es lo que habrían hablado, y decidió que tampoco quería saberlo.
         —Está bien —dijo Yeialel suspirando con resignación—, ¿podemos hablar ahora de ese vínculo? ¿Puedo echarle un vistazo?
         —No y no. No puedo pensar con claridad, Yo, necesito dormir —añadió suavizando el tono tirante—. Y no soy el único.
         Ash parecía tan agotado como él o más. Pálido y delgado, como una sombra de lo que había sido. Ya habría tiempo. Después.
         Después…


* * *


         Cuando despertó se sintió desorientado; tuvo que pararse a pensar si estaba en casa o en la habitación en la que había estado encerrado todos aquellos días. Los momentos anteriores a meterse en la cama eran como un borrón, difíciles de recordar. Estaba sorprendido. Sorprendido de haber dormido -y tenía la sensación de haber dormido mucho-, algo completamente inusual. Sentía la cabeza despejada, como si su vida antes de acostarse fuese la vida de otro.
         Comprobó la herida: ni rastro. Joder, ¿cuánto había dormido? ¿Y porque nadie lo había despertado? Se vistió con ropa cómoda y bajó en busca de sus hermanos; los encontró a los tres en el salón. Yo examinando el costado de Ash, que estaba sentado en el sofá desnudo de cintura para arriba, con el brazo en alto, dejando a la vista todo un muestrario de tatuajes, hematomas, marcas y viejas cicatrices. Emu los observaba en silencio con los ojos entrecerrados, posiblemente pensando lo mismo que él. Hubo de apartar la vista de su cuerpo porque no podía soportar la visión de todo aquello; la realidad, la prueba irrefutable de que ya no existía un vínculo entre ellos. Y por otro lado podía comprender, o un poco mejor, que su hermano fuese reacio a hablar de eso. De la persona que ahora era y de la que ya no estaba.
Su verdadero reto consistiría en que esas dos personas, tan iguales y tan diferentes, pudiesen coexistir de algún modo. O que él pudiese coexistir con ambas partes. Asumir, en resumen, que las cosas eran distintas. A sus ojos, Ash seguía teniendo un aspecto demacrado. Demasiado delgado, como si simplemente se hubiese olvidado de que tenía que comer. Las costillas se marcaban claramente, perfiladas como blancos dientes asomando bajo la piel. Al menos parecía encontrarse mucho mejor que antes. Algo era algo…
         —¿Es que no comes? —le dijo tratando de romper el hielo.
         —Solo cuando me acuerdo —respondió él inclinando los labios ligeramente hacia arriba.

         —No ha cicatrizado. Está mejor, pero no ha cicatrizado.
         Yo miraba la herida con preocupación. De todos ellos, era el único que parecía no haber descansado en absoluto. Los cuarzos emitían ese tintineo relajante y tranquilizador.
         —Se debe al veneno —dijo Ash, apartando la vista de él para mirarse el costado. El corte era profundo, mucho más que un corte. Se adentraba de forma abrupta en su cuerpo parasitándolo, invadiéndolo, lo sabía. No necesitaba que se lo confirmasen. Aparecía ennegrecido por los bordes, dónde la tierna carne se negaba a juntarse de nuevo, y aún más allá, dónde ya no alcanzaba a ver.
         —No puedo limpiarlo del todo. Al menos, no ahora mismo. Necesitaré trabajar en él un poco más.
         Ash asintió frunciendo el ceño. Realmente, no parecía muy contento con el contacto. Estaba tenso mientras los dedos de su hermano se deslizaban por la superficie de su piel. Tenso como las cuerdas de una guitarra.
         —¿Qué es esto? —preguntó Yo acariciando una pequeña marca redonda, justo encima de la nueva.
         —Eso es... un agujero de bala.
         —Oh... ¿La sacaste? No la siento dentro y está en una zona complicada...
         —No la saqué yo.
         Su voz sonaba casi indiferente, pero él podía leer en sus emociones tan fácilmente como su hermano leía las mentes. La mención de la cicatriz había pulsado en él una de las cuerdas de la guitarra; no le apetecía hablar de esa cicatriz, era una de esas cosas que no iba a compartir. No le dio más explicaciones a Yo, y él tampoco se las pidió.
         —¿Cuánto tiempo he dormido?
         —Casi dos días enteros —dijo Emu.
         —¡¿Dos días?! ¡¿Porqué nadie me ha despertado?!
         —Porque necesitabas dormir —repuso el pelirrojo alzando una ceja. Y era cierto, lo necesitaba. Pero eso no implicaba necesariamente que tuviese que gustarle…
         —Dijiste que necesitabas dormir —intervino Yo levantando un instante la vista de la herida—. Bien, pues ya has dormido. Ahora hablaremos de él y, cuando yo termine aquí y tú hayas comido algo, voy a revisar ese vínculo.
         —Maldita sea, ¿cuándo te has vuelto tan mandón? —preguntó exasperado encendiéndose un cigarrillo.
         —Tú me obligas. Si vas a comportarte como un niño, tendré que tratarte como a un niño.
         Pero sus palabras perdieron algo de peso al dejar escapar aquella sonrisa franca con la que siempre recompensaba a todo el mundo. En realidad, se moría de hambre. Conocía bien esa sensación.
         —Hay comida en la cocina.
         Emu estaba distante, se había replegado como un caracol con la llegada de Ash, y sabía exactamente porque. Le hizo un gesto con la cabeza para indicarle que lo acompañase, y él lo siguió en silencio.

         —Estoy bien —afirmó tajante con el fin de tranquilizarlo.
         —No lo parece.
         —Pues lo estoy, deja de preocuparte. Es solo que… es extraño. Todo es extraño, nada más.
         Le dio una palmada en la espalda y agradeció su serenidad en aquel momento. Su presencia firme, que siempre lo anclaba a la tierra por mucho que esta pareciese orbitar fuera de su eje. Aunque el mundo se les viniese encima, Emu seguiría imperturbable y él tendría un brazo en el que sostenerse.   
         —Gracias —le dijo a su hermano.
         Y lo dijo de corazón.


* * *


         Yeialel cantaba o recitaba -quizá ambas cosas- en aquella lengua primigenia que encerraba el poder de crear y destruir por igual. Que encerraba un inmenso poder que él podía sentir crepitar en cada hueco de su cuerpo. Yeialel tejía las palabras, entrelazándolas unas con otras, creando una sólida red que no veía pero que estaba seguro de poder palpar si estiraba la mano. Yo tejía, atravesando las complejas líneas del hilo que los unía, a ambos, y a él con el sumerio. Buscando. Buscando algo, lo que fuese. Algo de dónde tirar hasta romperlo.
         —No puedo deshacerlo.
         En su voz había tristeza y preocupación. En gran medida.
         —Lo que está hecho no puede deshacerse —recitó Emu sombrío.
         —No importa, ahora mismo puede resultarnos útil. Ya pensaremos después lo que haremos al respecto.
         —¿Y cómo podría resultarnos útil? —preguntó Yo escéptico.
         —Emesh está aquí, mi unión con él es casi tan fuerte como la que tengo contigo. A través de éste vínculo, puedo encontrarlo.
         Porque lo encontraría, joder si lo haría.
         —¿Y qué pasará cuando lo encuentres? No sabemos qué sucederá si le haces daño. No es el mismo tipo de vínculo, no es como el nuestro. Es algo… sucio —Yo pronunció la palabra con desagrado, como si se resistiese a salir—. Lo he visto, está tan arraigado, tan unido a ti, que me es casi imposible separarlo de los demás. Tenemos que pensarlo bien, no puedes lanzarte de cabeza sin saber cuáles son las consecuencias.
         Meditó sobre lo que su hermano le decía. En el fondo sabía que era cierto; lo supo desde que despertó en aquella cama desconocida, junto al latido de su corazón. Hermanos, había dicho. «Ahora somos hermanos». Lo sentía inquieto y voraz. Oscuro como si reflejase la profundidad del averno. Lo sentía… No sabía lo que había hecho el sumerio ni hasta dónde llegaban sus conocimientos. Probablemente muy lejos, teniendo en cuenta de dónde habían salido. Podrían estar unidos en la vida, en la muerte, e incluso aún más allá. Y lo peor de todo seguía siendo que uno de sus hermanos lo había vendido.
         —Viktor.
         El nombre lo traspasó como lo haría un rayo, cargado de electricidad, poniéndole el vello del cuerpo de punta. Era Ash quien había hablado, por primera vez en mucho rato. Se miraron, y después desvió la vista a Yo, que parecía estupefacto, y a Emu, que no parecía sorprendido en absoluto. Los ojos cobres ardían como ascuas, y eran sus ojos lo único que reflejaba el tumulto de las emociones que se agolpaban en su interior. Elariel se lo había repetido muchísimas veces. Hasta la saciedad. Sin embargo, ahora que sus temores se hacían realidad, no lo hizo. No dijo nada, porque así era él. Alguien que aborrecía los «Ya te lo dije».
         Ash se acercó a él. Había estado de pie todo el tiempo, como si la idea de salir corriendo fuese una posibilidad. Sus ojos grises turbulentos, como una tormenta a punto de descargar. Duros, mucho más duros de lo que recordaba. Se acercó a él casi tanto como cuando sus frentes se tocaron.
         —A veces —susurró su hermano—, no eres consciente de hasta qué punto puedes afectar a los demás. De hasta qué punto puedes influenciarlos. Fuiste tocado por Él de una forma especial. Todos te aman, algunos… desesperadamente.
         La mención a su padre le dolió. Le dolió horrores.
         —Esperaba no tener que llegar a esto… —afirmó bajando la mirada al suelo. Quería romper el contacto visual con él, estar a solas ahí dentro, solo un momento. Solo aquel momento.
         Viktor había sido un buen hombre, había sido incluso su amigo, tiempo atrás. Lo había escogido para que lo sustituyese cuando se marchó y él, sin embargo, lo había vendido. Las cosas habían cambiado mucho, se habían ido cociendo a fuego lento. Y de haber estado pendiente lo habría visto venir. Debió escuchar a Emu, prestar más atención a lo que pasaba a su alrededor. Pero él nunca solía estar pendiente. No escuchaba a nadie, ni prestaba atención a nada. Ya no. Y ahora… Ahora ya era demasiado tarde para lamentarse; el daño estaba hecho. Ahora Viktor era su serafín, la cabeza militar de todo su círculo, el círculo de Miguel. Él le había dado su propia espada como símbolo de su apoyo, una espada que lo representaba todo. Una espada que lo había corrompido, volviéndolo ambicioso. La ambición era el único motivo que se le ocurría.
         Volvió a mirar a su hermano, tratando de concebir la magnitud de esa traición y las consecuencias de la misma. Realmente estaban de mierda hasta el cuello. Si los demás círculos se enteraban, si detectaban una debilidad… El equilibrio podría romperse. La delicada tregua, que se sostenía de forma precaria, terminaría. Y cuando eso sucediese, ¿cómo iban a confiar sus hermanos en él de nuevo? Él, que prácticamente les había dado la espalda, como todos los demás. Le costaba creer que Viktor fuese tan estúpido, joder. Tan estúpido como para tirarlo todo por la borda. ¿Cuándo habían llegado las cosas a ese extremo?
         —Ya sabes que las treguas no duran eternamente, en algún momento tenía que terminar. Sólo entendemos de violencia. Y cuando el sol se ponga... —Ash sujetó un mechón de su cabello rubio entre los dedos— Todos buscarán tu luz, como hicieron en el pasado. Confían en ti, Viridiel. Confía tú en ellos.
         De verdad esperaba no tener que llegar a ese punto. Era algo que deseaba de corazón.
         —Para haber estado fuera tanto tiempo, tienes demasiada fe en mí... —dijo.
         —Bueno, ya sabes, hay cosas que nunca cambian.
         Sonrió muy a su pesar, confiando en que Ash tuviese razón y esperando no tener que averiguarlo.
         —De momento —intervino Emu—, las cosas siguen como siempre y podemos mantenerlas así. No hace falta que digamos nada, lo resolveremos entre nosotros.
         —Es cierto, no hace falta que informemos al consejo —añadió Ash tomando distancia de nuevo, dando por zanjado el acercamiento. No, no pensaba informar a nadie.
         —¿Qué vamos a hacer? —preguntó Yo nervioso.
         —Lo que haga falta —le respondió.
         Como siempre.
         —Volveremos a la casa —anunció Ash. Él pensó en la mujer de ojos verdes, y su hermano asintió—. Yo la ha visto en sus sueños, es la misma mujer.
         —¿Qué mujer? —preguntó de nuevo Yo. Había cierto temor en su voz, un temor que le contagió enseguida, recordándole el nudo en el pecho que sentía cuando la miraba a ella.
         —La mujer de ojos verdes —repuso Ash—. La mujer de tu sueño. Vörj la conoce, fue ella la que le ayudó a escapar.
         Yeialel  se contrajo en un gesto de dolor y dejó escapar un suspiro.
         —Ella está unida a ti, Vörj. A nosotros. De alguna forma que ignoro, forma parte de esto.
         —Quizá se debe a que me ha salvado la vida… —aventuró. Pero Yeialel negó con la cabeza despacio, pensativo.
         —No, es algo más. Algo que va más allá de eso, lo sé.
         —He visto tu sueño —le dijo Ash a Yo—, está en peligro. Esa bestia… la del laberinto… la he visto. Y tú también.
         Sus ojos se volvieron en su dirección, y supo a quien se refería. Y el nudo se apretó. Se apretó tanto que le costaba respirar. Ella lo había ayudado y, ¿qué había hecho él a cambio? Dormir dos días seguidos. Su hermano le había hablado del sueño pero, por supuesto, no lo había escuchado. El nunca escuchaba. Ya no.
         —Cuéntamelo, Yo. Cuéntamelo una vez más.
         Ignoraba dónde estaba situada la casa, pero podía volver sobre sus pasos. Había abierto un camino hasta allí  con la traslación al desmaterializarse, un camino que podía tomar de nuevo. Los llevaría hasta esa maldita casa, y esperaba que los dos sumerios estuviesen allí dentro para comprobar el alcance de su vínculo con Emesh. Viktor sería arena de otro costal… Aún tenía que decidir qué hacer con él. Quería mirarlo a los ojos, dejar que se explicase. Pero una cosa estaba clara: su hermano había cruzado el punto sin retorno. Casi le había costado la vida, y no solo a él, sino también a Arikel. 
         No había perdón.