Bofetada

~ Rebecca y Ash ~



         La mano le dolió casi tanto como aquella primera vez que se la estampó en la cara, hacía años. Era como abofetear a un muro de hormigón, recordó. Le había pegado el día que se conocieron. No, se corrigió, el segundo día que se conocieron… Con él las cosas nunca eran fáciles, joder.
         —Lo sabías —lo acusó enfurecida entornando los ojos—. ¿Desde cuándo?
         —Desde el principio —respondió sin más—. Desde el día en que nos acostamos por primera vez. Yo lo vio enseguida… pero no quiso contártelo. Y de haber querido hacerlo se lo hubiese quitado de la cabeza.
         —¡¿Porqué?! Tú lo sabías y yo tenía el mismo derecho…
         —Porque hubieses huido despavorida sin pararte a pensar.
         Hubiese huido. Maldita sea, es posible que aún lo hiciese… Sentía el pánico atenazándole la garganta.
         —Tenía el mismo derecho a saberlo que tú… —repitió derrotada.
         —Yeialel dijo que estaba en tu destino, como una de esas cosas que no puedes cambiar. En tu destino, no en el mío —añadió mirándola desde aquellos turbulentos ojos grises—. De saberlo, Rebecca, te hubieses marchado. Hubieses salido corriendo, y ahora… Ahora estarías embarazada de otro hombre. A veces, saber ciertas cosas sólo sirve para confundirnos.
         Mierda, pues estaba jodidamente confusa. De todas las cosas con las que le había tocado lidiar… un bebé era la peor, sin lugar a dudas.
         —¿Y si no quisiese tenerlo?
         Hizo la pregunta ocultándole los ojos, tratando de hallar cierta intimidad en el caos que era su mente.
         —Toda vida es sagrada para nosotros. Si no quieres hacerte cargo, podemos solucionarlo de otra forma… —y su voz sonaba triste, y quizá algo distante. Y rebuscó en su interior si, realmente, era eso lo que quería.
         —¿Crees que pariría a tu hijo para dejártelo después y largarme? ¿Te harías cargo de él?
         —Lo haría, si tuviese que hacerlo.
         Volvió a mirarlo de nuevo, llena de reproche.
         —Me lo ocultaste para que no me fuese y, ahora, si tuvieses que escoger entre él o yo… lo escogerías a él. No lo entiendo. No entiendo nada… —añadió frustrada.
         —Prefiero que no me hagas escoger —repuso lacónico—. Prefiero que también tengas en cuenta mi opinión.
         —¿Tú quieres tener un hijo? Podrías haber sido tú el que lo dejase si la cosa no iba contigo…
         —Nunca hubiese elegido esto para mí, pero sí elegí estar a tu lado, Rebecca.
         Él le sujetó la cara con ambas manos, impidiendo que volviese a esconderse de aquellos ojos grises,  acariciándole las mejillas en un gesto que intentaba resultar tranquilizador. Y lo era.
         —Joder, Ash, ¿qué coño vamos a hacer con un puto bebé? —le preguntó desesperada enterrándose en su pecho, el lugar más seguro del mundo—. Yo no sé nada de bebés…
Odiaba los cambios. Y éste era el cambio que lo cambiaba todo. El cambio de cambios.
         —Bueno, yo tampoco. Y no sé de nadie que vaya a tener uno y sepa.
         Y aunque no podía verle la cara, supo que estaba sonriendo.