La delgada línea que
nos separa
Por
la mañana temprano decidió que ya era hora de ir a comprar algo de ropa para
Hylissa, para que tuviese qué ponerse por la casa, y también algo de abrigo.
Prefería que ella eligiese su propia ropa, y deseó que más adelante pudiese
hacerlo. Por lo que ella le había dejado ver, sospechaba que era algo que quizá
no hubiese hecho nunca. Cuando bajó a la segunda planta vio la puerta de la
habitación de Ash entornada y se acercó, casi sin poder evitarlo.
Lo encontró allí, tumbado en la cama, con
un cuaderno grande de dibujo sobre las piernas y un carboncillo en la mano. Se
había dado una ducha y aún tenía el cabello húmedo y, por supuesto, el único
toque de color estaba en el gris de sus ojos. Parecía tranquilo por primera vez
desde su vuelta. También completamente ajeno a su presencia. Hacía mucho tiempo
que no lo había visto así, dibujando. En el pasado, él lo había observado en
silencio durante horas, tal y como estaba ahora mismo. Como si los años no se
hubiesen sucedido uno tras otro, como pesadas losas.
Iba difuminando las sombras con el anular y
el meñique, trabajando con el ceño y los labios fruncidos en un gesto de
concentración. Eran esos pequeños detalles que no habían cambiado, los que lo
hacían darse cuenta de verdad de lo mucho que lo había echado de menos. De una
forma terriblemente dolorosa. Arikel tenía un don. Todo lo que plasmaba parecía
salirse del lienzo o el papel. Todo lo que hacía tenía esa cadencia oscura,
como él. No necesitaba firmar nada, su esencia, tan distinta a cualquier otra
cosa que hubiese visto antes, estaba implícita en todo lo que tocaba. Su visión
profunda de la vida lo atravesaba todo, incluso aquello. O especialmente
aquello.
—Pasa —dijo Ash sin levantar la vista del papel.
—Pasa —dijo Ash sin levantar la vista del papel.
—Hola —saludó tras apartarle los pies
descalzos de un suave empujón para sentarse a su lado—. Estaba pensando en ir a
por ropa para la dama. No es que me importe compartir, pero estaremos de
acuerdo en que esos pantalones me sientan mejor a mí.
Él asintió aún sin mirarle y se preguntó si
las cosas entre ellos serían así a partir de ahora, siempre dentro de ese tira
y afloja en el que parecía haberse convertido su relación actual; él buscando
por dónde acercarse, y Ash por dónde salir corriendo.
—Ya
has decidido, entonces —murmuró.
—¿Cómo?
—Hylissa —respondió Ash, y los ojos grises
se clavaron en los suyos por primera vez—. Te quedarás con ella.
—No sé lo que voy a hacer, tengo que pensar
en todas las opciones…
—Tampoco es que haya muchas, ya lo sabes. Y
ya has pensado en todas. Te preocupa no ser capaz de darle una oportunidad
mejor. Mejor de lo que ha tenido hasta ahora. Te diré que el listón está
bastante bajo, Vörj, pero eso es algo que tú ya sabes.
—Me
preocupan muchas cosas además de esa —dijo vagamente—. Quizá el principal
problema sea, precisamente, que hay demasiadas cosas de las que preocuparse.
Le había dado vueltas y más vueltas a todo
y había decidido tratar de no hacerlo. De no pensar en lo que había sido de
ella durante todos aquellos años, porque no podía hacer nada al respecto.
Tampoco quería pensar en porqué se obsesionaba hasta ese punto con todo eso. Y
sin embargo, así era… Durante esos días habían creado un reducido espacio entre
ambos, y una de sus mayores preocupaciones cuando estaba con ella era invadirlo
sin darse cuenta. Había momentos en los que el pánico la atenazaba de una forma
casi irracional, generalmente mientras dormía. A veces el terror no cedía al
despertar, se prolongaba unos momentos mientras ella descubría que estaba a
salvo. Unos oscuros momentos en los que, probablemente, ignoraba donde estaba.
Le había prometido que allí estaría segura, pero no podía llegar tan lejos. En
realidad, otra de sus preocupaciones era no poder llegar tan lejos. No saber si
estaba bien o no.
—Estará
bien, con el tiempo. Es fuerte, es una superviviente. ¿Sabes qué es lo que me
viene a la cabeza cuando entro en su mente?
—¿Qué es? —preguntó con curiosidad.
—Diamantes.
Ella es dura, como un diamante. No puedes cambiar toda su vida, pero puedes
mejorarla. Deberías tratar de verlo así.
—No
es tan sencillo.
—Es
tan sencillo o tan complicado como lo quieras hacer. Has pasado mucho tiempo
sin responsabilidades, sin hacerte cargo de nada, y ella te gusta…
—Bueno, he tenido responsabilidades toda mi
vida, y he tenido una vida muy larga —respondió ignorando deliberadamente la
segunda parte de la cuestión—. Me merezco un respiro. Tú has pasado mucho tiempo
solo, ya es hora de que vuelvas.
Su
hermano se removió incómodo, como cada vez que hablaban de él. Jódete, maldita
sea, no vas a ser el único que opine.
—Quiero
quedarme, pero ya no soy la misma persona.
—Yo tampoco soy la misma persona. Ninguno
somos los que éramos antes.
Los dos guardaron silencio un buen rato,
pensando en todo eso y en alguna cosa más. A veces daría lo que fuese por poder
ser él el que leyese las mentes. Por saber qué es lo que pensaba de verdad su
hermano, y dónde quedaba en todo eso el hombre que había sido.
Se fijó por primera vez en lo que estaba
dibujando, reconociéndolo al instante: Marduk. Aquella barba cuadrada, frente
alta y orgullosa, labios gruesos y pómulos bien delineados. Una cara que le hubiese
encantado aplastar. Sus ojos carecían de la rabia y el odio que habían
reflejado en vida, algo que le resultó curioso. Aquel hombre había lanzado el
reto el día que Ash y él se encontraron, y su hermano lo había aceptado. Era el
instinto del cazador, no podía dejar aquello inconcluso. Lo hubiese seguido
como un maldito coche fúnebre hasta el mismísimo infierno sin importarle las
consecuencias. Y ahora estaba muerto. Arikel no temía enfrentarse a la muerte,
pero tenía otras cosas a las que temer.
—Oye, hago lo que puedo, ¿vale? —repuso su
hermano en voz baja—. Lo intento. Lo intento de verdad, aunque no te lo
parezca. ¿No puede bastarte con eso de momento?
Nuevamente,
él había levantado la vista del papel y lo miraba casi suplicante. Y por
primera vez vio algo más en sus ojos, aparte del acero. Algo remotamente
parecido a lo que veía antes. Y eso lo ablandó un poco, y también le dio
esperanzas. Sí, supongo que sí. Me tendrá que bastar, lo quiera o no. De
momento.
—Acompáñame —dijo en cambio, dejándole la
respuesta al lector—. No quiero ir solo de compras, me deprime. Vamos, no
podemos estar así para siempre, Ash…
—De acuerdo —concedió— dame un minuto, deja
que me lave.
Hizo un gesto mostrando la mano derecha
negra del carboncillo. Un gesto con el que le enseñó un solo dedo. Dejó
escapar una carcajada seca que fue recompensada con esa ligera inclinación de
los labios de su hermano. Puto Ash.
Se materializaron en un callejón apartado
que olía a orín. Salieron y Ash miró a ambos lados para orientarse.
—Había un centro comercial bastante cerca de aquí —le dijo instándolo a que lo siguiese.
—¿París? —preguntó él.
—Es de día —respondió encogiéndose de hombros—. Además, que coño, me encanta ésta ciudad.
—Había un centro comercial bastante cerca de aquí —le dijo instándolo a que lo siguiese.
—¿París? —preguntó él.
—Es de día —respondió encogiéndose de hombros—. Además, que coño, me encanta ésta ciudad.
—Estoy más que seguro de que nunca te ha
deprimido ir solo de compras.
—Sí,
no me cabe duda de que estás más que seguro de eso —replicó sonriendo de nuevo,
ahogando el deseo de apoyar la mano en su hombro como hiciese tantísimas veces
al estar junto a él. Cuando estaba cerca de su hermano todo resultaba siempre
mucho más sencillo. Incluso el simple acto de sonreír de verdad, que a veces
parecía poder llevarle toda una vida, o incluso dos.
Le
bastaba, maldito fuese. Le bastaba.
* * *
Cuando
Yeialel despertó aquella mañana siguió tumbado en la cama con los ojos
cerrados, como si el sueño no lo hubiese abandonado aún. Permaneció concentrado
tratando de percibir la esencia del mismo, o tal vez su significado, pero le
costaba discernir algo real en medio de tanta conjetura. Últimamente le había
dado tantas vueltas a todo que le costaba mucho averiguar si los sueños eran algo
más que sueños, o solo se trataban de sus propias ofuscaciones. A veces,
incluso, le costaba recordarlos. Como ahora.
Pudo
ver la tormenta acercándose deprisa, las nubes negras arremolinándose a su
alrededor, y el olor… Ese olor a humedad que arrastra el viento cuando todo
está a punto de descargar. Había algo oscuro en aquella tormenta, algo que lo
llamaba por su nombre. Y también otras voces que le pedían ayuda.
Pero ya no consiguió retener nada más.
Se dio la vuelta con cuidado para quedar
frente a Emu, que aún dormía. Quiso besarlo de nuevo. De nuevo, quiso mucho
más. En cambio salió de la cama despacio, tratando de no despertarlo.
Emu, siempre vigilante; a veces olvidaba
que él también necesitaba descanso. Lo olvidaba cuando andaba detrás de Vörj, o
cuando lo velaba a él para estar despierto por si lo necesitaba. Había tenido
mucho de ambas últimamente. Sabía que, al igual que los demás, se alegraba de
ver a Arikel, pero su regreso estaba empañado por la preocupación. Si Ash decidía
desaparecer de nuevo Vörj caería y todo daría comienzo una vez más, los malos
tiempos estarían de vuelta. Y solo Yo sabía lo que eso significaba para Emu. Vörj
pensaba que lo sabía, pero en realidad… no tenía ni idea.
Se
detuvo a observarlo antes de salir. La energía se acumulaba en torno a
él, caliente como el fuego que ardía en su interior. Estaba seguro de poder
oírla crepitar si se paraba a escuchar; se condensaba bajo su piel y sobre
ella, hasta que la dejase salir. Y tal y como estaban las cosas para todos, no
lo haría. Y eso no era nada bueno.
Aquella
noche habían discutido. No lo hacían con frecuencia, en realidad casi nunca,
pero había sabido desde el principio que el principal escollo en su objetivo
sería Elariel. Una vez vencido, todo le resultaría mucho más fácil. Si podía
convencerlo a él, podría convencer a Vörj. Porque había algo que tenía que
hacer, algo que ya había postergado varios días, todos los que llevaban
esperando a que Ash se recuperase por completo. Y eso no iba a suceder… No de
momento, al menos. No a corto plazo. Y había cosas que no podían esperar tanto
tiempo. Porque la tormenta se acercaba deprisa, y había algo oscuro en ella. Algo
que lo llamaba por su nombre, aunque se guardaría bien de mencionárselo a
nadie. Se trataba del destino, hubiese dicho en aquel momento si alguien le
hubiese preguntado. Y no podía decir que había convencido a Emu puesto que la
palabra convencer, en honor a la verdad, nunca sería la adecuada. Podría
decirse, quizá, que su hermano había cedido al final, rindiéndose con dolor
ante sus argumentos. Cerró la puerta con cuidado y bajó para prepararse.
Ash y Vörj habían salido, y no tardarían en regresar. Sería entonces cuando
hablasen de lo que debía hacerse. Sería entonces cuando el curso de las cosas
quedase decidido.
Cuando
se arrodilló en el centro del pequeño círculo de piedras que había tras la
casa, el sol brillaba sobre un cielo limpio. No nevaba en ese momento, pero el
suelo estaba completamente cubierto por una espesa y fría capa blanca. La
sentía en los pies descalzos, y también en su interior. El frío del miedo que
le atenazaba las entrañas. Se quitó los cuarzos y los dejó junto a él, al
alcance de su mano. Y rezó.
Yeialel
recitó las viejas palabras canturreando la melodía, casi olvidada para todos,
puesto que hacía tiempo que ellos no rezaban. Sin embargo Yeialel lo hacía con
frecuencia. Para no olvidar, y porque los viejos rituales estaban presentes en
él de forma intrínseca, como lo era el respirar. Allí, bajo el sol de la
mañana, en las montañas, Yeialel se sentía cerca de todo. Cerca de Él.
Y
pronto dejaría de sentir. Pronto se pondría el sol y solo quedaría oscuridad.
Una oscuridad que conocía su nombre…
—Padre —murmuró cerrando los ojos—, ayúdame.