Cenicero

~ Vörj ~



         Apuró una calada larga mientras terminaba de liarse otro cigarrillo. Había adquirido una perfección absoluta con el paso de los años, era una rutina que lo relajaba cuando estaba nervioso. Siempre fumaba cuándo pensaba en su hermano… Se puso en pie inquieto y paseó la mirada por la habitación, deteniéndola en la enorme pintura que colgaba justo encima del escritorio de madera. Era una obra de Arikel, como todas las que adornaban sus paredes. Las guardó cuándo él se fue y no había vuelto a sacarlas hasta hacía relativamente poco tiempo.  Éste óleo en cuestión lo había pintado justo antes de irse. El último. En él podía verse a sí mismo sujetando a la menuda amazona entre sus brazos. Había muerto antes de tocar el suelo, atravesada por una de las lanzas. Estaba justo a su lado cuándo sucedió, y no pudo hacer absolutamente nada. Contempló su propio rostro en el lienzo, salpicado de sangre, la suya y la de sus hermanos, surcado de lágrimas que se abrían paso entre la suciedad; mirando al cielo plomizo con rabia, su largo cabello rubio ondeando salvaje como una bandera azotada por el viento. No recordaba haber llorado. Era algo que nunca hacía, pero si él lo había pintado así, así había sido. En cualquier caso no habría llorado por ella. Amaba a la mujer de su hermano, pero era por él por quien, de hacerlo, hubiese llorado. Porque sabía que la muerte de Khara suponía el principio del fin para Arikel. Para ambos. Ash se había encerrado tras los funerales permaneciendo un mes a solas, hasta que volvió a salir para decirle que se iba. Había tratado de disuadirlo, y cuando vio que eso no era posible, le había gritado. Acarició la enorme grieta en la madera del escritorio, justo dónde había golpeado con furia sólo por no golpearlo a él. Y ni así había obtenido ninguna reacción por su parte… Sabía que su hermano tenía razón y quizá necesitaba alejarse de todo, pero él había sido egoísta porque no pensaba en lo que Ash necesitaba; sólo podía pensar en sus propias necesidades, y en que no estaba preparado para dejarlo marchar, para afrontar la idea de no volver a verlo. Aquella decisión que Arikel había tomado sin contar con él dejaba al descubierto sus propias debilidades. Ahora, después de tanto tiempo, podía ver las cosas desde otra perspectiva. Había sido un cabronazo, como siempre. Lo había dejado marchar estando furioso, sin una sola palabra de afecto. Algo que hubiese sido muchísimo más efectivo que cualquier otra cosa. Si no para retenerlo, al menos para que se fuese en paz. Y se había arrepentido cada jodido día desde entonces.
         Puto Ash.
         Dio la última calada y apagó el cigarrillo en el cenicero. Observó su mano, sin rastro de herida alguna, y tuvo que contenerse para no estamparla de nuevo sobre el maldito escritorio. Sin poder decidir si lo que quería era partir algo en dos, o simplemente sentir… Sentir, aunque fuese dolor.