Manos

~ Emu ~



         La afilada hoja resbalaba por la madera dándole forma, sujeta por aquellas manos delgadas y elegantes. Manos diestras que tallaban con habilidad y precisión. La exactitud era importante. La exactitud lo era todo. La diferencia siempre está en los pequeños detalles. Soplaba para eliminar las virutas, para dejar a la vista las delicadas líneas. Y tallaba. Tallaba dándole forma con aquellas manos expertas. Manos que siempre sabían bien lo que hacían. Durante horas trabajó en el pequeño fragmento de madera, puliendo, suavizando, perfeccionándolo hasta el extremo. Y así fue dejando de ser un pequeño fragmento de madera, mientras  iba dibujando las minúsculas plumas una a una. La diminuta cabeza, con el pico siempre alzado hacia el cielo, y aquella graciosa cresta que haría reír a Yo cuando la viese. Sería roja, decidió. A juego con el resto del plumaje. Había puesto tanto de él en la pequeña ave, que estaba agotado cuándo la terminó por fin.
         No, aún no, se dijo. Quedaba lo más importante.
         Sujetó el pájaro con ambas manos y se lo acercó a la boca susurrando el nombre. Sopló y sintió aquella llama en su interior, llenándolo por completo. Y la madera se transformó en suaves plumas; rojas, tal y como las había imaginado. No de un rojo cualquiera, de un rojo brillante, tanto como el propio fuego. Porque de fuego estaba hecho. Yo siempre pensaría en él cuando lo observase durante cada atardecer, en la cúpula de nácar. Sintió, complacido, el aleteo del ave, cobrando vida en sus manos. Y las abrió permitiéndole volar.
         El pájaro se alzó en el aire,  girando tres veces sobre sí mismo, dejando una estela llameante a su paso. Sólo era un juguete, una proyección, un reflejo de sí mismo hecho a partir de su esencia, como todos los demás. Pero eso a Yeialel no le importaría. Él siempre veía las cosas de otra forma desde aquellos ojos azules. De una forma mucho más profunda.
         Para él todas aquellas aves estaban vivas.
         Para él todas aquellas aves eran perfectas.

         Para Yeialel eran perfectas sólo porque él las había tallado. En todas había puesto el mismo empeño, dedicación y devoción. Las tallaba sólo para ver la sonrisa de su hermano cuando las sostenía con delicadeza en sus manos.  Y sin embargo aquella… Aquella era especial. Había puesto un poco más de él que en el resto. Esa chispa que la hacía brillar un poco más que a las otras, y que la convertiría en la favorita de Yo en cuanto la viese. Por la cresta roja y por las llamas de sus alas, que dejarían esa centelleante estela tras de sí; por el pico orgulloso, siempre mirando al cielo; por la intención que, sin darse cuenta, había puesto al susurrar su nombre.
         También sería su favorita, pensó, anticipando su sonrisa. Una sonrisa que se reflejaría en aquellos increíbles ojos azules, que siempre lo buscaban.
         Y se sintió profundamente satisfecho…

         Ani ohev otach.