Lo que fuimos y lo que
somos
La
casa lo reconoció como en las anteriores ocasiones. Su propio hermano lo había
invitado con cierta frecuencia tiempo atrás, antes de que él abriese los ojos y
se distanciasen, y, pese a que él no disfrutaba especialmente de las estancias
a este lado, había accedido casi siempre. Habían bebido mientras hablaban de su
pueblo, de tiempos pasados, que siempre parecían mejores cuanto más lejos estaban,
de la vida allí, de la vida aquí… Su energía estaba impresa de alguna forma en
la casa y la invitación no había caducado. La imbecilidad de Vörj, unida a su
resistencia a creerlo capaz de cosas horrendas pero inevitables, habían hecho
que pasase por alto ése pequeño detalle. Quizá el ajetreo que los sumerios
habían provocado también tenía algo que ver... El caso es que había entrado como
si nada, con el característico escozor en la piel que dejaban las defensas
recién levantadas. Nada que le impidiese centrarse en su objetivo. Y había
entrado para encontrarse con una sorpresa de lo más agradable e inesperada…
Viktor
no podía creer en su buena suerte. Había ido a la casa en busca del muchacho,
al que su hermano adoraba. Era a él a quien pensaba llevarse, sin embargo,
encontrar allí a la mujer era la única satisfacción que había sacado de todo el
asunto. Su plan consistía en hacer un intercambio. Era un plan desesperado,
puesto que llevarse a Yo dejaba muchas posibilidades al azar, como un Emu
furioso y descontrolado. Tanto que, seguramente ni Vörj, la única persona que
tenía algún tipo de autoridad sobre él, podría manejarlo. Y de nada le serviría
que su hermano se aviniese a llegar a un acuerdo con él si Emu lo echaba todo a
perder… Su plan tenía muchas lagunas si era a Yo a quien se llevaba. En cambio
ella… Ella era perfecta. Vörj no podría permitir que le hiciese daño, porque él
era así; blando y débil. Y Emu no se preocuparía ni lo más mínimo de lo que le
sucediese a la mujer. Además… tendría la
ocasión de resarcirse un poco, dado que tenía en sus manos a la verdadera
responsable de su fracaso. Porque sabía, ya antes de que todo concluyese, que
había fracasado. Su única esperanza se centraba en la sorpresa, y aquella zorra
lo había echado todo a perder.
La
arrastró del brazo y la metió en el interior de la habitación, cerrando la
puerta tras él. El sitio en el que había pasado las últimas semanas, un sitio
oculto a los ojos de cualquiera situado entre los dos mundos. Entre planos; esa
zona muerta por la que solo los cazadores se movían, aunque había protegido los
alrededores para que ninguno metiese las narices dónde no debía. Tenía todo el
tiempo del mundo para tomarse las cosas con calma.
Entre
los planos no había día ni noche, todo era, en esencia, oscuro. Iluminado por
un mortecino resplandor que irradiaban los propios objetos que tenían su sombra
allí. Objetos que podían provenir de cualquiera de los dos lados, aunque
coincidir con ellos no implicaba necesariamente que se estuviese más cerca de
uno que de otro. Podía esconderse entre las distintas dimensiones, que poblaban
la realidad como las capas de una cebolla. Aquella habitación era suya en su
hogar natal y, sin embargo, permanecía oculta en cierta medida. Él se había ocupado
de eso aunque, principalmente, se debía a que la energía de su tierra era mucho
más fuerte allí, en aquella capa precisa, que en ninguna otra parte. Allí las
salvaguardas quedarían debidamente encubiertas. No era como estar en casa, ni
mucho menos, pero le hacía un buen papel. Nadie lo buscaría, y podía arrastrar
a una sucia mestiza enmascarando su esencia. Al menos hasta que su hermano
viniese a por ella. Después de eso debería marcharse, desaparecer del mapa.
Algo que lamentaba profundamente. Y todo gracias a ella…
Le
asestó un puñetazo en la cara tirándola al suelo, descargándole después una
patada en el vientre que la dejó doblada por la mitad, encogida sobre sí misma.
La mejilla comenzó a adquirir un tono morado de inmediato. Una pena el tener
que devolverla, sí señor. Ella temblaba como un conejito, pero no protestó ni
lloró, no lo había hecho en ningún momento. Se controló para no golpearla de
nuevo. Si lo hacía, no sería capaz de detenerse y todo se iría a la
mierda.
—Te
contaré lo que va a pasar —le dijo—: voy a matarte, pero antes nos vamos a divertir.
Si me haces enfadar será peor para ti aunque, particularmente, lo prefiero.
No
iba a matarla, pero ella no tenía porqué saberlo. Prefería que no supiese que
vendrían a buscarla, quería que diese por sentado que esto era lo último que obtendría
en su miserable vida. Tendría que devolverla, pero iba a disfrutar todo lo que
pudiese mientras tanto. Ella apretó los labios, mirándolo desafiante. Un gesto
que no pudo soportar.
—¿Qué
coño te has creído, puta de mierda? —le
escupió en la cara—. ¿Crees que puedes mirarme así?
La
agarró del pelo, levantándola del suelo y arrastrándola hasta la mesa de mármol
que presidía el centro. Una vez allí, le estampó la cabeza sobre ella, obligándola
a tumbarse de espaldas y separándole las piernas para colarse en medio. Deslizó
la mano libre por la cinturilla de sus pantalones, desabrochándolos, y fue
entonces cuando ella forcejeó un poco. Genial. Un pequeño charquito de sangre
se había formado bajo su cabeza y se extendió mientras se movía tratando de
soltarse. Le hipnotizó el contraste de la sangre sobre el mármol blanco. Sería
difícil de limpiar una vez que la piedra la absorbiese, pero eso no le hubiese
importado en absoluto. Una pena que no fuese a volver por allí nunca más.
—Te
gusta, ¿verdad? —le preguntó metiendo los dedos bajo su ropa interior—. Claro
que te gusta… Él le gusta a todo el mundo.
Ella
cerró los ojos y se agarró con fuerza a los bordes de la mesa, hasta que los
nudillos se le pusieron blancos. La soltó un momento para quitarle los
pantalones del todo; tres tirones y la sujetó de nuevo. No porque pensase que
pudiese escapar, que no podía, si no porque disfrutaba agarrándola del pelo si
la tenía así, bajo él. Estaba tensa y sudorosa, y se sacudió un poco cuando él
la acarició entre las piernas tras haberse humedecido los dedos en la boca. Se sacudió un poco y eso lo excitó aún más. Se deshizo también de sus
pantalones, quedando piel contra piel. Y la penetró con fuerza. Empujó con
crueldad abriéndose camino y ella jadeó, el único sonido que salió de su boca.
El único que escucharía por su parte y que bastó para volverlo loco.
—Tómatelo
como una retribución; tú me has jodido a mí, y yo te voy a joder a ti. Puedes
pensar en él mientras estás conmigo… —susurró en su oído—. A mí no me importa.
* * *
El
lugar escogido había sido el último en el que estuvieron juntos. La suave brisa
del mediterráneo y el olor del mar; el sol, calentándole la piel; las gaviotas surcando
el cielo, bajando a pescar entre los veleros. Perderse en aquel mundo no podía
ser tan malo…
Vörj
no tardó en llegar. Pronto, antes de la hora prevista. Parecía agotado y
consumido, abrumado por las preocupaciones. Otra pequeña satisfacción. El Gran Hombre… Sólo un hombre, como todos
los demás.
—Sabía
que serías tú. Sabía que podrías con él…
—¿Por
qué? —le preguntó cansado—. ¿Por qué haces esto?
—Porque
estoy harto de escuchar tu nombre a todas horas en cualquier parte. Como si
nunca te hubieses ido, como si tu pueblo no te importase una mierda. Como si no
aparecieses por ahí sólo lo estrictamente necesario para volver corriendo
después a tu puta casa de las montañas. Porque es así, pero ellos siguen
pensando en ti para resolver sus problemas, siguen pensando en ti como el héroe
que nunca has sabido ser… Porque todo te queda grande, Viridiel. Las
responsabilidades no son lo tuyo, como ya has dejado patente en numerosas
ocasiones. Eres incapaz de pensar fuera de una nube de opio, y será tu nombre
el que todos pronunciarán cada jodido día hasta que mueras. Probablemente, incluso
después. Porque estoy harto de ser un mendigo a tu sombra, de la tregua, de la
paz. Quiero ganar una guerra, llevarlos a la victoria, terminar con todas las
rencillas de viejas de una vez por todas. Y ya sabes, Vörj, para ganar una
guerra… primero tengo que empezar una.
Las
palabras salieron solas como si hubiese estudiado su discurso metódicamente. Es
posible que así fuera, aunque de forma inconsciente. Había repasado tantas
veces en su mente lo que le diría al tenerlo delante, que las pronunció sin
esfuerzo, en un arranque de valentía que lo dejó perplejo. Nunca le había
hablado así, por mucho que en su cabeza lo hiciese a diario. Nunca lo había
expresado en voz alta, ni siquiera delante del espejo.
—Estás
loco —afirmó Vörj, que no parecía sorprendido en absoluto—. Antes no eras así,
¿qué coño te ha pasado?
—¿Qué
coño te ha pasado a ti?
Se
miraron durante un buen rato. Su hermano se apoyó en la barandilla y sacó un
cigarrillo del bolsillo de su chaqueta, encendiéndoselo y dándole una larga
calada. Contemplando el mar.
—¿Dónde
está? —preguntó sin levantar la vista. Ni siquiera se tomaría la molestia de
mirarlo…
—Vamos
por partes —repuso—. Primero me darás tu palabra de que pasaremos todo esto por
alto. Sin represalias, no me buscarás ni me dañarás en modo alguno.
Ellos
estaban sometidos a su palabra, una vez que la daban debían cumplirla… Quisiesen
o no estaban sujetos a ella. Si Vörj le daba su palabra de dejarlo en paz,
estaba obligado a llevarla a cabo. Lo vio apretar los dientes, la mandíbula
tensa en un gesto que conocía muy bien. No quería formalizar tal cosa, quería
destrozarlo.
—Ella…
¿está bien? —siseó.
—Vaya,
vaya… te gusta, ¿no? —no había sido la pregunta en sí, si no la forma en que la
había formulado. Sus ojos dorados se habían estrechado justo después, de una
forma casi imperceptible. La forma en que se estrechaban cuando estaba a punto
de escuchar algo que no le gustaba nada. La forma en que se estrechaban cuando
se enfadaba de verdad… Y se alegró de no haber hecho algún comentario mordaz
fuera de tiempo, seguramente le hubiese costado mucho más convencerlo de que
aceptase.
—Te
he hecho una pregunta, Viktor.
—Está
perfectamente —respondió. No mentía, dadas las circunstancias podía haber
estado mucho peor—. Te diré dónde está cuando me des tu palabra.
—Dame
primero la tuya. Dime que está bien y que la encontraré dónde tú me dirás que
está…
—Eres
un desconfiado… —le dijo juguetón—. Está bien, viva, y la encontrarás dónde yo
te diré que está, te doy mi palabra. No le he dicho que pensabas ir a buscarla,
será toda una sorpresa, ¿no te parece? ¿Y bien?
—Desaparecerás
y no volverán a verte en casa. No regresarás nunca más, ni conspirarás contra
tu pueblo. Y tú tampoco tocarás a mis hermanos, ni a ella... —añadió bajando el
tono—. Ése es el único acuerdo al que vamos a llegar.
Se
demoró pensando su respuesta, o más bien haciendo ver que pensaba en ella. Los
tratos tenían lagunas legales que se podían vadear, era cuestión de descubrir
el hueco más adecuado. Pero en esencia… era lo que tenía previsto. Que
pareciese un regateo justo, y todo quedaría en su sitio.
—Está
bien, no regresaré a mi hogar, ni conspiraré contra mi pueblo, ni tocaré a tus
hermanos o a la mujer. ¿Contento?
—Si
lo que dices es cierto no te buscaré, no habrá represalias por mi parte y no te
dañaré en modo alguno. Tienes mi palabra —añadió tirando la colilla al mar y
volviéndose hacia él con la mano extendida, lista para estrechársela. ¿Podía
haber algo mejor en este mundo o en cualquier otro que verlo claudicar? Podía
verlo morir, pero ese barco había zarpado… Al menos de momento.
* * *
Cuando
atravesó el umbral de la puerta las salvaguardas revelaron lo que había al otro
lado. La piedra volvió a palpitar en su mano y el alivio pronto cedió dejando
paso a la furia. Una furia ciega, que no sabía hasta ese momento que era capaz
de sentir. No por uno de los suyos. El desprecio le llenó la boca de bilis y
agradeció no tenerlo delante en esos momentos. Lo agradeció de verdad.
La
pausa en el vínculo se debía a encontrarse en distintos planos, como comprobó
al cruzarlos el día que salió con Ash de compras, o la misma mañana anterior al
cruzarlos para volver a la casa. Ahora, juntos en el mismo punto del
espacio-tiempo, volvía a sentirla con la misma intensidad de antes. Y no le
gustó nada lo que encontró…
Corrió hacia ella, que estaba hecha un
ovillo bajo la mesa, atada a una de las patas. Desnuda. Se quitó la chaqueta
para tener algo con que cubrirla y cortó las cuerdas que le sujetaban, una vez
más, las muñecas. Parecían ser presas de un destino irrevocable. Pese a todos
los cardenales y hematomas no apreció heridas considerables. Esas no estaban a
la vista, pensó, sumergido en la humillación que la mujer desprendía. Humillación,
y también un alivio infinito que llegaba más allá que cualquier otra cosa.
Se
agarró a él cuando quedó libre, hundiendo la cara en su pecho, temblando de una
forma descontrolada.
—Está
bien, Hylissa, nos vamos a casa… —dijo en voz baja levantándola sin esfuerzo,
sorprendiéndose de nuevo por lo poco que pesaba.
Olía
a él. Había jurado, había dado su palabra… Pero Viktor no tendría mundos
suficientes para esconderse.
Una
vez en casa la subió hasta su habitación. Ella no lo soltaba, así que se sentó
en la cama y la estrechó con fuerza.
—Lo
siento… —susurró con la voz rota.
—No
ha sucedido nada que no hubiese sucedido antes —respondió hablando por primera
vez. Y el corazón se le rompió.
—Nunca
antes te habían sacado a rastras de mi casa. Ha sido culpa mía, ni siquiera
recordaba que él podía entrar aquí. Ni siquiera lo creía capaz de hacer algo
por sí mismo… Lo he subestimado, de la misma forma que Emesh te subestimaba a
ti. He sido un estúpido. Te prometí que no dejaría que te hiciesen daño, y no
he podido mantenerlo ni veinticuatro horas.
—¿Recuerdas
lo que te dije anoche? —le preguntó, levantando la cabeza por fin y acariciándole
la mejilla. Tenía un moratón en la cara y una brecha profunda a medio cerrar en
la frente, cubierta de sangre seca.
—Me
dijiste que no querías que odiase a nadie ni que te hiciese promesas… —le
respondió besándole, otra vez, el interior de la muñeca—. ¿Qué puedo hacer?
—Puedes
olvidarlo. Enterrarlo bien adentro para que no vuelva a salir. Es lo que voy a
hacer yo. El dolor nos vuelve locos, Vörj, pero el odio aún más.
—No
sé si puedo hacer eso… —de haberse mirado en un espejo, se hubiese descubierto
la piel de un color gris cetrino. Ella sentía la rabia en su interior y sólo
por eso se esforzaría en templarla. Y tendría que esforzarse mucho. Mucho.
—Podrás
—dijo Hylissa con vehemencia, dejando caer la mano en el regazo—. Necesito un
baño…
Recordó
la conversación con Ash y pensó en diamantes. Y en cómo una mujer que lo había
soportado todo podía seguir soportando un poco más.