Capítulo 3




De preguntas y respuestas



       —La criatura que viste es un... abaddon.
       Estaban sentados en el sillón, uno en cada punta. No es que fuese pequeño, Paul cabía en él de sobras, pero la longitud de las piernas de aquel tío lo hacía parecer de juguete.
       —¿Abaddon? —el nombre le resultaba muy familiar...
       —Sí, el nombre te suena de las escrituras, las estudiaste bien en su día.
       El único que conocía su pasado en el orfanato de las Hermanas de La Piedad era Paul. Nunca lo habló con nadie más, y que un completo desconocido supiese incluso más detalles que el propio irlandés... En fin. Esa habilidad suya sería muy útil para unas cosas, y un gigantesco montón de mierda para otras. Todo en ésta vida es un arma de doble filo. Todo lo importante, al menos. Dejó eso a un lado e intentó recordar toda la basura que le habían metido en la cabeza de cría. Abaddon.
       —¿No era un ángel?
       —En ellas aparece como un ángel caído, efectivamente —afirmó Ash, arrugando la nariz con desagrado—. Pero no es así. En muchos libros apócrifos se lo considera una entidad demoníaca, como un ángel de la muerte. Tampoco es correcto, pero es lo más cerca de la realidad que han estado.
       —Aún me parece increíble estar asociando a "eso" con la realidad —dijo casi más para sí misma—… Y si esa definición no es la correcta, ¿qué es exactamente un abaddon?
       Utilizaba el nombre más como algo genérico, que englobaba a muchos sujetos, no como un nombre personal, o un título.
       —Es algo genérico —Ash siguió hablando, pendiente en todo momento de si ella lo seguía o no—. Mi pueblo los creó como los guardianes de los purgatorios, aunque más adelante sí que fueron utilizados para... castigar. De ahí lo de ángel de la muerte, imagino.
       —¿Qué quieres decir con eso de 
«tu pueblo»? Y... ¿los purgatorios existen? Joder, ¿purgatorios?, ¿en plural? ¿Cuántos hay? —un millón de preguntas más acudieron atropelladamente a su mente, cayendo una sobre otra, y las acalló cuándo él levantó las manos poniéndoles freno.
       —Vamos por partes, Rebecca, no quiero que te pierdas entre el exceso de información.
       —Pues llegas tarde, ya estoy más que perdida. Si me vas a decir que toda esa bazofia que me hicieron recitar de pequeña es real... Joder —la cabeza le daba vueltas solo de imaginarlo—. No me digas que es real, por favor. ¿Purgatorios? ¿En serio?
       —Los purgatorios existen, sí. A mi gente le gusta... impartir Justicia. Tenemos cierta tendencia catastrofista que nos impulsa a pensar siempre lo peor de los demás. Y necesitamos castigar... Nos encanta hacerlo.
       Ella se removió en su lado del sillón y subió los pies para hacerse un ovillo. De repente tenía frío.
       —¿Quién eres? —las dudas que la carcomían hicieron que se plantease la pregunta de otro modo—. ¿Qué... eres?
       —Mi Padre nos creó primero a nosotros. Somos sus... primeros descendientes. Después... creó el cielo y la tierra, y toda esa bazofia —dijo con sorna repitiendo sus propias palabras—. Él y los demás.
       —¿Los demás? —hizo la pregunta mecánicamente, pero ella ya sabía lo que iba a contestarle.
       —Sí, los demás dioses. Vuestra mezcla cultural se debe a eso, a que nuestras culturas también son diferentes entre sí.
       Lo más sencillo –y sensato– hubiese sido pensar que ese hombre estaba completamente loco. Podía echarlo de su casa y seguir creyendo que las hermanas estaban equivocadas, que Dios no existe, que los jodidos purgatorios no existen. Que las cosas que no tienen explicación, son sólo eso: cosas que no tienen explicación... Maldita sea, aborrecía la religión, ¿y la historia de su vida iba a girar en torno a ella?
       —Por favor, no mezcles la religión con lo que sucede realmente. No tiene nada que ver —dijo Ash acercándose un poco, apoyando una mano sobre su pie desnudo—. La idea de esas mujeres está completamente distorsionada. Cualquier historia verídica se ha ido perdiendo con el paso del tiempo. Hoy tan sólo quedan las leyendas, y no se ajustan para nada a la realidad... No tengas miedo de saber, es cierto: ésta también es tu historia, son tus raíces, por eso estamos aquí.
       —¿Qué quieres decir? —la voz le sonó pastosa. Era la primera vez en su vida que se sentía insegura. La primera vez desde aquella noche, cuando tenía cinco años.
       —Mi padre nos creó a nosotros, después, él y sus hermanos crearon a toda la humanidad, la especie que habita éste plano. Tú eres el fruto de la unión de uno de los míos con un ser humano.
       Lo miró perpleja. Aquello ponía la guinda al pastel.
       —Vamos, no me jodas —sí, acababa de ser testigo de una revelación, de una puta epifanía, y sólo fue capaz de decir esas cuatro palabras—. Vamos, no me jodas.
       Las repitió por si no habían quedado claras.
       Se sentía como en trance. Porque lo peor de todo... Lo peor de todo es que sabía que era cierto. Que esa pieza de su interior que no encajaba era la que tenía delante ahora mismo.
       —El nombre es Nefilim —dijo Ash. Alzó los ojos para mirarlo: él la observaba con cautela, como si fuese un barril de nitroglicerina que alguien estuviese agitando.
       —Nefilim... —pensó en la palabra. Había muchas interpretaciones al respecto, pero a juzgar por lo que veía ninguna era correcta tampoco—. No me siento como un Nefilim, la verdad.
       —Ya te he dicho que no esperes coincidencias.
       —Entonces, quieres decir que uno de mis padres era... ¿un ángel? ¿Eres un ángel?
       Lo miró de arriba abajo: Llevaba el cabello bastante más largo que la primera vez que lo vio y había ganado algo de peso. Tenía, en general, un aspecto más saludable. Entonces recordó haberlo comparado con una parca. Allí sentado, algo más distendido, seguía pareciéndoselo. Sus pantalones estaban agujereados por algunos puntos y calzaba unas botas militares de media caña. Se había remangado la camiseta descuidadamente y podía ver algunas de las marcas de sus antebrazos, y de su cadera colgaba la funda con esas dos extrañas dagas jodidamente largas. Tenía aspecto de muchas cosas pero, desde luego, no parecía un ángel.
       —No soy lo que tú entiendes por un ángel, aunque supongo que la respuesta sería... sí —le entraron ganas de reír, y tuvo que controlarse para no hacerlo—. «Vamos, no me jodas».
       —¿Cómo? —lo miró frunciendo el ceño sin comprender.
       —Sigues pensándolo. Esas palabras giran alrededor de todo el follón que tienes ahí dentro. Me recuerdas mucho a alguien a quien conozco bien —le pareció volver a ver esa media sonrisa, aunque se desvaneció enseguida, antes de que ella hablase de nuevo.
       —Entonces... ¿Dios existe? ¿Es ésa otra imagen distorsionada? —la fascinación empezaba a sobreponerse a todo lo demás. Lo que seguía alucinándola era su capacidad para tragarse todo lo que él le contaba. Sin reservas. Sabía que no le estaba mintiendo.
       —Eso es parte de tu don, Rebecca. Sabes cuándo te están engañando. Siempre lo has sabido —volvió a la posición inicial, recostándose en el respaldo. Apoyó la cabeza allí y cerró los ojos—. Dios existe... Todos ellos existen. Aunque hace tiempo que se fueron —pudo ver un atisbo de dolor, casi imperceptible. Una leve tensión en su mandíbula—. Nos dejaron solos, hartos ya de sus propias riñas y de las nuestras. Y, bueno... supongo que la imagen que tenéis es bastante acertada. Aunque sería... No sé cómo explicarlo, vuestra visión es como una versión en blanco y negro. Yo la tengo en color. Y tratar de explicarlo es, siguiendo con la metáfora, como tratar de explicarle los colores a un ciego que nunca ha visto. Es todo lo que puedas imaginar, pero multiplicado por un millón.
       Él suspiró con nostalgia. Era claramente un tema espinoso. Contestaría a sus preguntas porque era eso lo que le había prometido, pero unas le resultarían más fáciles que otras.
       —Bueno, yo no quiero imaginar nada. Es un tema que nunca me ha interesado, y tampoco me interesa ahora —solo esperaba que los mismos dioses no tuviesen nada que ver con lo que estaba pasando—. Por lo que a mí respecta, tú mismo y los tuyos podríais plantaros aquí y afirmar ser dioses también.
       Ash levantó la cabeza y abrió los ojos de nuevo, y ella habría jurado que había diversión en ellos.
       —Te digo que son reales y aún así le buscas otra vuelta de tuerca...
       —No digo que me estés mintiendo... Sólo digo que bien podrían ser otra cosa distinta a la que algunos llamáis "dioses".
       —¿Y qué, según tú, es un dios?


* * *


       Tenía la sensación de haber pasado horas hablando aunque, sorprendentemente, no se le había hecho pesado. Le hizo muchas preguntas que nada tenían que ver con el abaddon y los purgatorios. Muchísimas. Él las respondía a todas con paciencia, a veces mezclada con un toque de humor o fastidio. Descubrió que era alguien poco propenso a la risa, aunque parecía encontrarla terriblemente divertida. La conversación era muy fácil y fluida, no necesitaba explicaciones de más porque podía seguir en todo momento la línea de sus pensamientos. Le resultaba extrañamente agradable, teniendo en cuenta que se trataba de una invasión en toda regla. Su pueblo lo llamaba lector, un término muy acertado. 
       Habían hablado de las almas, la ausencia de ellas, los purgatorios... (¡Purgatorios, joder!). Sería un lugar horrible si estaba custodiado por aquellas criaturas... Y podían existir tantos como almas existían. Y esos eran muchos purgatorios... También le había hablado de los dones. De los de su gente, y de los residuales genéticos –los suyos–. Éstos incluían una capacidad para sanar más rápido, un instinto de primera y algo que le llamó especialmente la atención: al parecer... su mente era reacia a ser manipulada. Ash le había explicado que le costó mucho construir el bloqueo aquella noche, y que era muy probable que éste hubiese desaparecido aunque no se hubiesen vuelto a ver. También parecía poseer una capacidad para sentir cosas "diferentes". Para sentir "la magia".
       Entendió entonces un poco mejor lo que había pasado en Clermont meses atrás, y eso fue un bálsamo en aquel momento. Había explicaciones para ciertas cosas, después de todo. Nunca hubo voces en su cabeza, pero sí esa vibración cuándo éstas empezaban a hablar. Y bueno, luego estaba la seguridad aplastante de haber sido observada todo éste tiempo. Podía sentir a alguien ahí. De una forma leve, sí, pero podía.
       —Está bien, hablemos del abaddon —le pidió, cuándo pensó que habían tocado ya todos los temas que facilitaban su comprensión de los hechos.
       —Como te he dicho antes, mi pueblo los utilizó para impartir castigos —respondió Ash, deteniéndose a pensar unos segundos antes de continuar—. Creo que es un mensaje.
       —¿Un mensaje?
       —Desconozco el porqué de los ataques, pero sé que tienen que ver con tus padres, y ahora contigo. No se trata del abaddon, la bestia es un simple instrumento de alguien. La persona que lo ha invocado...
       Ella había visto a esa persona el día de la muerte de sus padres. Estaba junto al animal.
       —No puedo recordar su cara... lo vi, pero no recuerdo su cara. Aunque tampoco la de mis padres...
       —Ha pasado mucho tiempo... Aunque, probablemente, él no quería que lo recordases. Estoy casi seguro de que es uno de los míos.
       —¿«Los tuyos»?
       —Me refiero a uno de mis hermanos, es alguien con quien comparto padre.
       Lo comprendió al recordar lo que él le había contado. Los purgatorios eran invención de ellos, parte de su extraña cultura. Era lógico pensar que se trataba de uno de sus hermanos, y no de uno de sus primos... Oh, joder, todo el asunto era de locos.
       —Entonces, uno de tus hermanos ha invocado a una criatura legendaria para asesinarme porque uno de mis progenitores lo cabreó hace un millón de años... ¿Y esa familia?
       —Lo ignoro. Es posible que quiera castigarte también con sus muertes, no lo sé.
       —Había otro animal... —dijo Rebecca tras una larga pausa en la que permanecieron en silencio, cada uno sumergido en sus propias cavilaciones. Con todo ese asunto casi se había olvidado de la sombra negra.
       —Ella no tiene nada que ver con todo esto, sólo intentaba protegerte, no quería hacerte daño.
       La respuesta suscitó un montón de preguntas más, pero no quería desviar el tema ahora, así que las guardó para más adelante.
       —Ambos desaparecieron sin más... ¿A dónde fueron?
       —No desaparecieron sin más, simplemente cambiaron de plano.
       No terminaba de entender muy bien eso de los planos. Le había explicado que los dos mundos ocupaban el mismo espacio aunque se encontraban en distintas dimensiones y, aunque creía discernirlo, le resultaba complejo. Ash la miró evaluando sus dudas.
       —Puedo mostrártelo, si quieres —dijo.
       —¿Mostrármelo, cómo?
       Él se incorporó acercándose y le tendió la mano. La miró durante un largo rato, decidiéndose. Le daba miedo lo que podía llegar a enseñarle...
       —Vamos, no es para tanto —la animó, volviendo a curvar la comisura de sus labios.
       Ella la cogió por fin, y el vértigo que siguió a continuación la pilló totalmente desprevenida. Pasó en unos segundos, pero tuvo que cerrar los ojos un momento para asegurarse de que no se caería, aunque luego recordó que estaba sentada. Su mano seguía firmemente sujeta a la de Ash.
       Cuando los abrió de nuevo, se dio cuenta de que seguían en su casa. Aunque ahora era... diferente. Una extraña calma lo envolvía todo. Más que calma, se corrigió, era como si el tiempo se hubiese detenido, como si se hubiese quedado suspendida en medio de la realidad. Se sintió como si estuviese bajo el agua, pero sin agua. Se soltó y movió la mano ante ella, observando el efecto que ésta producía al desplazarse. Era similar a las ondas que quedaron tras los dos animales al aparecer y desaparecer, pero dejando un brillo mortecino que se esfumaba a los pocos segundos. La luz allí incidía de una forma totalmente distinta. No estaba alumbrado por su pequeña lámpara de pie del rincón, sencillamente todo emitía un resplandor fantasmal propio. Miró a su alrededor, y fue entonces cuando la vio.
       —¡Joder! —se llevó un susto de muerte, y su cuerpo se contrajo con un espasmo. La sombra negra, la pantera... estaba tumbada en un rincón de la habitación. A tan solo unos pasos de ellos —¿Ha estado allí todo éste tiempo?
       —Sí —él le hizo un gesto al animal, instándolo a acercarse. Y éste obedeció. La pantera se acercó perezosa, apoyando la barbilla en la rodilla de Ash—. Se llama Summon.
       —Summon —repitió—… Pensaba que podía sentirla, pero no he notado nada de nada...
       —Eso es porque ella y yo compartimos la misma esencia. Está oculta, por decirlo de algún modo, por mi presencia.
       Él la acariciaba mientras el felino se frotaba para demostrarle su conformidad. Viéndola de cerca y haciendo a un lado el pánico inicial  era realmente preciosa... Y también enorme.
       —¿Puedo...?
       —Extiende la mano y deja que te huela —dijo leyendo la pregunta antes de que ella terminase de hablar—. Ahora está tranquila, no te considera un peligro. No te hará daño, a menos que vea en ti malas intenciones.
       El animal gruñó con desgana mientras clavaba los ojos en ella, olfateándola sin demasiado interés. Apoyó la mano en su cuello, interpretando la reacción como un permiso concedido. La rascó con fuerza pero despacio, como le había visto hacer a él, y sintió la vibración de un suave ronroneo bajo la garganta. Estaba absolutamente fascinada; el tacto era totalmente distinto a cualquier cosa que hubiese tocado antes.
       —¿Y qué se supone que hacía Summon allí esta noche?
       —Estaba vigilando, lleva haciéndolo meses. Ella estaba preocupada por ti.
       Así que era a Summon a quien había percibido tantas veces antes… Sí; era ella. No le hacía falta que se lo confirmasen, la presencia encajaba perfectamente tras concentrarse un momento para comprobarlo. La misma que compartía con él… Miró a Ash, que seguía acariciando a la pantera. Le susurraba palabras en una lengua extraña, la lengua en la que recordaba haberlo oído hablar después de que la besase... Fijándose bien descubrió que había una gran similitud entre ambos. Los ojos del animal tenían una parte de humanidad, mientras que en los del hombre había algo de la bestia. Grises y turbulentos. Los ojos de una larga vida. Se preguntó cuántos años tendría. Qué cosas habría visto... Y sus manos se tocaron sobre la oscura piel del felino. Él se volvió para mirarla a los ojos, sin querer romper el leve contacto, durante un largo silencio que no le resultó incómodo en absoluto.
       —Entonces... ¿es éste tu mundo?
       —No, no puedo llevarte a mi mundo. Nadie que no provenga de allí puede cruzar hasta el otro lado. Esto es un espacio intermedio entre ambos planos. Aunque técnicamente vivo más aquí que en un lado o en el otro, así que también podría contestarte que sí. A veces cruzan cosas, como el abaddon. Cuando pasan entre los dos planos puedo sentirlos. Dejan una impronta, similar a una huella dactilar, y yo puedo rastrearlos de ése modo. Así es como di contigo la primera vez.
       —Seguías al abaddon...
       —Así es. Mi misión y la de los míos es evitar que algo pueda cruzar y...
       —Y asesinar a una familia inocente —terminó ella. Se arrepintió de haberlo dicho así, podía pensar que lo estaba culpando de las muertes y no era su intención.
       —No lo advertí ésta vez —repuso sin darle importancia a su forma de expresarlo—… Lo que me lleva a pensar que lo invocó directamente desde tu mundo, o que hizo algo para camuflarlo muy bien...
       Suspiró con cansancio y fue consciente de nuevo del contacto de la mano, que la acariciaba ahora a ella. Y quiso retirarla, pero no lo hizo.
       —No te preocupes —dijo Ash—no voy a besarte de nuevo. Haremos las cosas a tu manera...
       Y ahí estaba, de nuevo el brillo de diversión en sus ojos.
       —A mi manera, ya —resopló con fastidio.
       Se acercó aún más a ella, hasta que su nariz le acarició con suavidad la mejilla. Quería apartarlo. Sin embargo, permaneció muy quieta, exactamente igual que la primera vez. Solo que entonces tenía la excusa de estar embelesada y no ser dueña de sus actos –había resuelto que ese, y no otro, era el motivo de su aceptación–. Volvía a estar cabreada. Con él. Con ella misma.
       —Cuando quieras que te bese, Rebecca, tendrás que pedírmelo —le susurró al oído—… Y no me bastará con que lo pienses.
       —Pues ya puedes esperar sentado —repuso, tras reafirmarse en su decisión. ¡Ni en sueños pensaba darle el gusto!
       —¿Sabes qué lo hace aún más divertido? —Ash seguía inclinado sobre ella, y podía sentir su respiración en el cuello.
       —¿Qué es lo que lo hace aún más divertido? —preguntó después de carraspear para aclararse la garganta, aunque sabía perfectamente la respuesta. Volvía a sentir ese ardor peculiar en la cara, el que indica que el agua está a punto de hervir.
       —Que aunque te empeñas en tratar de ocultarlo desesperadamente... tú lo deseas tanto como yo...
       Y la cogió de la mano con fuerza, y volvió a sentir el vértigo. Y cuando se quiso dar cuenta estaban de vuelta, y aquella sombra negra era ahora como parte de un sueño que había quedado atrás.

       Estaba a punto de amanecer y se sentía agitada, además de furiosa. Demasiada información, y no había dormido nada de nada.
       —Me gustaría quedarme por aquí mientras resolvemos esto, Rebecca —había dejado su lado juguetón y ambos estaban centrados de nuevo en lo que tenían entre manos.
       —Ni lo sueñes. No necesito una niñera… —podía cuidar perfectamente de sí misma, llevaba haciéndolo mucho tiempo. Desde siempre, a decir verdad.
       —Sé que puedes cuidar de ti misma, no insinúo que no puedas. Pero esto es... distinto —levantó la mano para cortar su protesta antes de que se le escapase de la boca y siguió hablando—. Sé que sientes la necesidad de enfrentarte sola a los fantasmas de tu infancia y no voy a quedarme si no quieres que lo haga, pero piénsalo bien... Porque, y ojalá me equivoque, pronto descubrirás que tú sola no puedes sobrevivir.
       Apretó los dientes y se guardó la respuesta. Recordó como las balas habían perforado a la bestia sin que ésta se inmutase. Lo miró, deteniéndose en las dos extrañas dagas largas que colgaban de su cadera, resoplando con desdén.
       —Son más efectivas que tu revólver —dijo él, encogiéndose de hombros por toda respuesta.



       Decidió que saldría a correr para despejarse un poco, como hacía cada mañana. Pensaría en la decisión que debía tomar. Y también en como contarle todo eso a Paul... Paul. Señor... Iba a poner su vida patas arriba. No le dijo nada a Ash, puesto que vio lo que se proponía y tampoco hizo ningún comentario al respecto. Entró en su habitación para cambiarse y cerró la puerta, aliviada de tener unos minutos a solas. Sí, necesitaba largarse de allí... El ambiente estaba denso como la melaza. Se recogió el pelo en una coleta alta y cuando estuvo lista respiró hondo unas cuantas veces antes de salir.
       Él seguía sentado en el sillón, tal y como lo había dejado, pero con los ojos cerrados. Pensando en sus cosas, imaginó. Definitivamente, su aspecto era mucho más saludable que el que exhibía el día que se conocieron. Entonces estaba muy delgado, como si se hubiese olvidado de comer, y su pelo era un desastre. Ahora tenía el aspecto que tiene alguien cuando, estando al borde de un precipicio, su vida da un giro de ciento ochenta grados. Y Rebecca sabía mucho de eso gracias al irlandés.
       —Oye, y aprovechando que estás siendo sincero —le dijo con sorna—… ¿Porqué a Él lo llamamos Dios, y todos los demás tienen nombre? ¿No es un poco narcisista y presuntuoso por su parte?
       Ash abrió los ojos y la miró fijamente.
       —Así es como lo llamáis vosotros, y siempre he sido sincero, por cierto. No es lo mismo mentir que omitir —respondió alzando una ceja.
       —Bueno... ¿y cómo lo llamáis entonces?
       —Nosotros lo llamamos Padre.