Capítulo 7




Tumbas de cristal



       Despertó con el familiar olor a café. Familiar en una cafetería... no en su casa. Se incorporó sobresaltada. Estaba acostada en el sillón, parcialmente cubierta por la pequeña manta que rondaba siempre por allí. Sobre la mesita de cristal había un vaso de cartón del Drifter, abierto y colocado estratégicamente para que le llegase el aroma. También unos donut, el desayuno de los campeones. Lo buscó con la mirada, encontrándolo sentado a la mesa, frente a otro vaso de café.
       —¿Me has hecho algún rollo raro para que me duerma? —le preguntó directamente, llena de suspicacia.
       —Buenos días a ti también.
       —¿Y bien?
       —No, no te he hecho ningún... "rollo raro" para que te duermas —respondió. Y pudo encontrar nuevamente algo de diversión en su tono ligero—. Quizá hablar de mí no te resultó tan interesante como parecía a priori...
       Hizo memoria repasando los detalles de la noche. Ash había hablado muchísimo, hasta hacerla perder la noción del tiempo. Había hablado tanto que ignoraba como le quedaban fuerzas para darle los buenos días. Ash había hablado y hablado, y cuando se quedó callado no supo qué decirle, así que no le dijo nada. La charla le resultó cualquier cosa menos aburrida. Un relato con un trasfondo perturbador, lleno de tintes agridulces y grandes dosis de psicosis. Rebecca se lo había pedido y él la había complacido con creces. Ahora los dos estaban en paz, conociendo todos esos momentos oscuros el uno del otro que, en circunstancias normales, no hubiesen compartido jamás. Ante semejante despliegue, el vergonzoso incidente –ése cuyo desenlace culminó con la camiseta de Ash empapada– quedó totalmente olvidado y relegado a un rincón de dónde nunca volvería a salir. Llorar le había ido mejor que bien; había sido como abrir la válvula de una olla a presión. Se sentía como nueva.
       Él seguía mirándola atento, absorbiendo mecánicamente cada pensamiento, de nuevo la máquina en marcha. Le dedicó una sonrisa y, cogiendo su café y la bandeja de los donut, fue a sentarse a su lado.
       —¿Cuánto tiempo he dormido?
       —Casi cinco horas.
       Cogió el móvil y miró el reloj: las doce menos cinco del mediodía... Normal que se sintiese jodidamente despejada. Aún tenía tiempo para desayunar tranquilamente y darse una ducha. Se fijó en Ash detenidamente: tenía el pelo húmedo y se había cambiado de ropa, aunque de no ser observadora ni lo hubiese notado; era prácticamente igual a la que llevaba antes, negra y algo gastada.
       —He pasado por mi casa —dijo, aclarando el misterio.
       —¿Vives cerca de aquí?
       Durante todo ése tiempo no le había comentado nada al respecto.
       —Podría decirse que sí. Fue por eso, por la cercanía, que di contigo la primera vez.
       Echó un vistazo a su alrededor, a su minúsculo apartamento. Había dos dedos de polvo sobre los escasos muebles, nada en el frigorífico y todo en general parecía envuelto por el caos. No tenía mucho tiempo para recoger y limpiar y, aunque pudiese hacerlo, jamás se le ocurriría cocinar... Imaginó cómo sería la casa de Ash. Lo apostaría todo a que era aún más espartana que la suya, pensó riendo para sus adentros.
       —Lo es —murmuró—. Aunque está bastante más ordenada.
       Ella se encogió de hombros con indiferencia; bueno, nunca solía tener visitas. A parte de Paul, claro, pero el irlandés no contaba.
       Y en cuanto a Paul...
       —¿Y bien? ¿Qué opinas de él, ahora que lo conoces? —le preguntó con aire triunfal.
       —Ya lo sabes...
       —Sí, pero también hay cosas que yo necesito oír en voz alta...


* * *


       A la hora de comer estaba sola con Paul otra vez, puesto que Ash volvió a salir tras un rastro inexistente. No tenía muchas expectativas, pero aún así se fue igualmente. Él le daba una extraña seguridad que nunca había necesitado, ya que que nunca se había enfrentado a nada semejante. Aún así, el hecho de ser consciente de que necesitaba de alguien, seguía sacándola de quicio. Sería algo a lo que no se iba a acostumbrar. De todo lo que implicaba tener cerca a aquel hombre, eso era lo que llevaba peor. Ni la invasión mental, ni el saber si estaba por allí o no a ciencia cierta... Rebecca no soportaba necesitar de nadie, Paul era el único que había cruzado ésa línea, y el único motivo era que la necesidad era recíproca.
       Agradeció el rato a solas con el irlandés. Habían acordado no hablar de nada de eso durante la comida, hacer como si fuese cualquier otro día normal... Fue cuando se metieron en el coche para ir a ver al viejo, cuándo perfilaron los detalles de la reunión. Al menos todos los que fueron capaces de perfilar, teniendo en cuenta que era con Julian con quien iban a hablar...

       Esperaron fuera del despacho hasta que alguien les dijese que podían pasar. Fue Timmy, el que salió con un humor de perros.
       —Espero que no lo agitéis demasiado, porque después soy yo el que se queda con él mientras vosotros os vais a jugar por ahí... —les dijo refunfuñando, antes de desaparecer a toda velocidad por el pasillo.
       Tomaron asiento en los sillones, frente a él, como de costumbre.
       —Bien —el estado de ánimo de Julian parecía estar a juego con el de Timothy—, habitualmente soy yo el que tiene que arrastraros hasta aquí, así que... vosotros diréis.
       Los miró con atención, esperando una respuesta que le satisficiese.
       —Necesito llevar esto a mi manera, sin tener que responder preguntas.
       Tal y como habían acordado, sería ella quien llevaría la conversación.
       —¿Y eso porqué, si puede saberse? —no parecía satisfecho en absoluto.
       —Porque te respeto demasiado como para mentirte. No te lo mereces.
       La respuesta lo dejó atónito. Juraría que, en todos esos años, jamás le había visto ésa cara...
       —Es una buena forma de no responder a mi pregunta y hacerme la pelota al mismo tiempo. No me sirve.
       —Lo sé, pero no tengo otra.
       La observó largo rato en silencio, sin dejar traslucir ninguna emoción.
       —¿Tiene esto que ver con el incidente de tus padres, Rebecca? —aventuró—. Y recuerda que me respetas demasiado como para mentirme...
       El maldito viejo estaba siempre al tanto de todo, por eso precisamente se sentaba tras el escritorio.
       —Sí, lo tiene todo que ver. Es personal, y así lo quiero enfocar.
       —Hay más, no se trata sólo de eso... Si así fuese, no estaríamos teniendo ésta conversación. Hubieses venido a mí en busca de consejo, no para hacerme a un lado.
       Sus ojos verdes brillaban con inteligencia, inquisitivos.
       —Hay más, pero no puedo contártelo.
       —Hay alguien más, entonces.
       Había que tener cuidado con las respuestas, Julian era capaz de sacártelas sin que te dieses cuenta. Su mirada se deslizó hacia Paul, que se removió inquieto en el sillón.
       —Yo tampoco se lo voy a decir, lo siento.
       —No esperaría otra cosa...
       —Entendemos que no te guste —dijo, retomando las riendas de la conversación para alejar al irlandés del foco—, y asumimos que obrarás como consideres oportuno...
       El hombre meditó durante un buen rato. Tanto, que pensó que no iba a volver a dirigirles la palabra...
       —¿Necesitáis un equipo?
       La pregunta la pilló por sorpresa, en ninguna de las variables de ésta conversación Julian les ofrecía ayuda desinteresada.
       —No, necesitamos todo lo contrario a un equipo —respondió sin titubear—. Necesitamos que los mantengas a todos al margen, por su propio bien.
       —De acuerdo entonces. Pero, Rebecca —y ahí venía el "pero"—… si sucede algo espero enterarme por ti. No quiero que alguien que no sea uno de los dos —dijo, agitando el dedo y señalándolos—  venga a ponerme al día con todo éste asunto.
       De haber algo de lo que enterarse, quería enterarse el primero. Quería seguir manteniendo un hilo del que tirar en lugar de dejarlos marchar sin más o... darles la patada en el culo. Bien, podía prometerle eso, era un trato justo.
       —Hecho.
       Algunos pactos con el diablo no hacía falta sellarlos con sangre y, desde luego, ella había aprendido del mejor.


* * *


       El resto del día transcurrió sin más. Se quedaron un rato en el gimnasio, dónde se sacudieron un poco para hacer hambre antes de cenar. Ésa mañana no había salido a correr y sumando su estado anímico general, y la tensión que iba acumulando a lo largo del día a la espera de que algo sucediese de nuevo... Joder, necesitaba desahogarse. Y lo hizo, pero cuando cayó el sol volvía a estar rígida como un cadáver. Y aquel pensamiento le puso la piel de gallina.
       A última hora de la noche no había nada. Ni rastro de horribles crímenes en su nombre, ni tampoco de Ash. Esperaba encontrarlo cuando subió a su casa tras despedirse de Paul, pero no fue así; allí no había nadie. Sentía la presencia constante, aunque ignoraba si se trataba del hombre o la bestia. Le había advertido que si él se alejaba el animal estaría cerca, y la idea la tranquilizaba. Sin embargo estaba inquieta y no fue capaz de acostarse.
       Tardó algo más de una hora en regresar y, aunque lo estaba esperando, casi consiguió matarla de un susto al materializarse en medio del pequeño salón.
       —Odio cuándo haces eso —le dijo, reprimiendo las ganas de estrangularlo.
       —Lo siento, es la costumbre.
       —Estaba empezando a preocuparme, y también odio estar preocupada. ¿No podrías llamar, o algo así?
       —Mi hermano me dio un móvil pero olvidé que lo tenía. Las cosas frágiles no acaban demasiado bien en mis bolsillos —recordó las cicatrices, y no le costó imaginar porqué.
       —¿Hay algo nuevo?
       —Nada. He estado en la zona dónde hubo actividad éstas dos noches atrás, pero no he sentido nada.
       —¿Crees que eso es malo?
       —No tengo ni idea —respondió, encogiéndose de hombros.
       Charlaron un rato, poco, porque no había demasiado sobre lo que hablar. También quería dejarlo descansar, puesto que no había dormido en ningún momento a lo largo de aquellos dos días.
       Y se acostó.

       Despertó de repente al sentir una mano en su hombro, y su primer impulso fue coger el revólver. Cuando su vista se enfocó, reconoció a Ash agachado junto a ella.
       —Vuelvo a escucharla. La llamada —aclaró, dándose cuenta de que no entendía a qué se refería.
       —Voy contigo.
       Se levantó de un salto y comenzó a vestirse de nuevo.
       —Preferiría ir yo solo primero para ver de qué se trata...
       —Yo preferiría no tener que ir, ni antes ni después, pero así están las cosas.
       No intentó persuadirla, probablemente, porque se dio cuenta de que era una batalla perdida. Agradeció que la hubiese despertado, algo que ella le había pedido y con lo que no confiaba que fuese cumplir llegado el caso. Terminó de ajustar la funda de la python a su costado y se puso la chaqueta.
       —Estoy lista —anunció. Y no le había llevado ni cinco minutos.

       Se materializaron en una zona oscura y poco transitada. Le costó poco reconocer dónde se encontraban, los segundos que le llevó recuperarse del vértigo. Ya le estaba empezando a coger el truco, pensó. Estaban rodeados de enormes rascacielos destinados a oficinas, en pleno centro de la ciudad. 
       —Allí, en la azotea —dijo Ash, señalando hacia lo alto del que tenían justo en frente.
       No era lo que esperaba encontrar... más bien era todo lo contrario a lo que esperaba, pero lo prefería mil veces a las zonas residenciales. Él la volvió a sujetar, y el vértigo apareció de nuevo.
       Y estaban arriba.
       Joder, nunca terminaría de acostumbrarse a eso. Ya no por el vértigo, que cada vez era menor, si no el hecho de estar en un sitio y, de repente, aparecer en otro. Aquello desafiaba todas las leyes de la física, y eran esas unas leyes que a ella, en particular, le costaba romper.
       Lo primero que le llamó la atención fue el resplandor. Se filtraba por las enormes cristaleras, y daba la sensación de que en el interior había un pequeño incendio, aunque se trataba simplemente de velas. Velas y más velas. Estaban por todas partes, haciendo imposible determinar la cantidad. Utilizó el GPS de su móvil para enviar la dirección concreta a Paul y a Julian antes de entrar y ver qué es lo que aguardaba tras los cristales. Una de las puertas estaba abierta, invitándolos a pasar.
       —No siento ninguna presencia aquí.
       La afirmación la alivió un poco; ya tenía tensión de sobras con lo que estaba a punto de ver, como para añadirle más emoción.
       Descubrió enseguida que no había tantas velas como parecía a simple vista, sino que se trataba de reflejos. La sala estaba llena de espejos. Había hecho desaparecer los muebles de lo que era un enorme despacho, sustituyéndolos por espejos de cuerpo entero, en su mayoría. En el centro había una urna de cristal. Era lo bastante grande como para albergar un cuerpo sobradamente. Un cuerpo que, de hecho, albergaba. Podía distinguirlo a través de las flores que lo cubrían. Rosas blancas y rojas.
       Se acercó para verlo mejor, atisbando el interior. Una mujer. Castaña, de cabello largo y rizado, parecido al suyo. Al igual que la noche anterior... Había similitudes. Se hubiese podido pensar que dormía plácidamente, de no ser porque no respiraba y carecía de pulso. Estaba desnuda y en sus manos había una manzana roja, a juego con sus labios. Se fijó en que la manzana tenía un mordisco que había quedado semioculto a simple vista. Se colocó un guante e introdujo los dedos en la boca de la mujer. Bingo, el trozo que le faltaba estaba ahí. Se preguntó qué significado tendría toda aquella escena que parecía sacada del cuento de Blancanieves... Iba maquillada de la cabeza a los pies con lo que, a simple vista, podrían ser polvos de arroz. A parte de los labios, también le había maquillado los pezones y, algo más suavemente, la zona del vientre, dónde se veían una especie de runas delicadamente perfiladas. Podría decirse que resultaba hermoso. Lo había hecho con dedicación, se notaba que se había tomado su tiempo. El hijo de puta era un artista...
       Alzó la vista buscando a Ash. Él daba vueltas por la estancia, con sus largas dagas en las manos, pasando con cuidado tras los espejos. Parecía totalmente concentrado en algo.
       —¿Qué sucede?
       —No lo sé... No siento nada —parecía contrariado, algo extraño en él.
       —¿Deberías sentir algo?
       —Todos dejamos una impronta, una marca, como una huella dactilar... Y aunque la de él era tan débil que no he podido seguirla, ahora no siento absolutamente nada. Es como... si nunca hubiese estado aquí. Está demasiado limpio, no me gusta.
       Iba a abrir la boca para responderle cuándo vio en uno de los espejos un reflejo que le heló la sangre en las venas: un abaddon. Gritó para llamar la atención del hombre, pero éste ya lo había visto. Desapareció del lugar en el que se encontraba para aparecer de nuevo tras la bestia, cogiéndola por el cuello, alejándose de esas mandíbulas que chasqueaban junto a su oído. Desenfundó el revólver, aunque no podía disparar; se movían tanto que bien podría acertarle a él sin querer. Ash apuñaló al animal varias veces y aunque éste aflojó, parecía que le costaba rendirse. Tan concentrada estaba, que no vio al segundo abaddon cuando se acercó por su espalda.
       Arremetió contra ella, empujándola sobre uno de los espejos que se hizo añicos con el golpe. Rodó por el suelo incorporándose inmediatamente, pero el animal saltó de nuevo, más rápido, aferrándola del brazo. Sintió sus dientes de una forma eléctrica, como la picadura de una medusa. Pensó que la iba a destrozar, puesto que había visto anteriormente cómo agitaban el cuello con fuerza, como los perros cuando tienen una presa en la boca. Pero no, éste en cambio se mantuvo quieto, mirándola, sin verla, a través de sus ojos blancos. Le parecía escuchar gritar a Ash en la distancia, pero no entendía lo que le decía. Apuntó a la cabeza de la bestia y disparó. A bocajarro. La sangre oscura y espesa le salpicó la cara y el cuello, y el nauseabundo olor lo llenó todo. Se extrañó, pensó, de no haberlas olido antes de que apareciesen siquiera... El animal la soltó, pero no cayó al suelo, pese al enorme agujero en su cabeza. Disparó una segunda vez, consiguiendo, únicamente, que volviese a mostrarle los dientes. Y, de repente, una sombra negra invadió su campo de visión, empujándola en un placaje salvaje que la dejó sin aliento, y sintió unos brazos que la sujetaban con fuerza, justo antes de caer por la ventana en medio de una lluvia de cristales.
       A través de la cortina de cabello oscuro pudo distinguir al abaddon, saltando al vacío tras ellos, y aún alzó el brazo para disparar una vez más. Lo último que vio, antes de desaparecer, fue una segunda cabeza, blanca como la nieve, asomándose por el agujero.

       La había hecho girar en el aire, quedando sobre él, así que cuando cayeron al suelo no recibió todo el impacto. Rodaron, y le pareció que si Ash no le había roto ninguna costilla al lanzarse sobre ella de ése modo, se la habría roto en aquel momento. Le costó unos segundos recomponerse, y antes de comenzar a incorporarse él ya estaba junto a ella. La sujetó con firmeza por el hombro obligándola a permanecer tumbada y le quitó la chaqueta de un tirón.
       —¡Oye, si lo que quieres es que me desnude, sólo tienes que pedírmelo con educación!
       —Deja de moverte —le dijo en un tono que no admitía discusión.
       Le arrancó la manga de la camiseta y se la anudó con fuerza al brazo por encima de la herida, haciendo un torniquete perfecto. No llevaban cinturón, ninguno de los dos, y no era la primera vez que lo echaba en falta para hacer un torniquete. Aunque en ésta ocasión le parecía completamente innecesario...
       —¿Por qué necesito un torniquete? —preguntó extrañada. No le respondió, concentrado como estaba trabajando deprisa, sin perder ni un momento.
       —Estoy bien, sólo necesitaré unos cuantos puntos... No ha tocado nada importante.
       La miró cuando hubo acabado y supo, entonces, que algo iba terriblemente mal. La ayudó a levantarse y comenzaron a caminar. No se había dado cuenta de dónde estaban, en el bosque, al parecer. Reparó en que allí era de día, y ante ellos se alzaba una casa de madera y cristal que parecía sacada de una puta revista de esas de gente famosa, a dónde se dirigían a toda velocidad.
       —¡Eh, te estoy hablando joder! —le gritó, deteniéndose en seco.
       —No tenemos tiempo de discutir ahora, Rebecca, vamos dentro y hablaremos allí.
       —No discutiremos si me explicas porqué no tenemos tiempo y qué cojones está pasando.
       —La mordedura del abaddon es tóxica —respondió tirando de ella de nuevo—. Ésta es la casa de mi hermano, aquí estarás segura mientras voy a por ayuda.
       Dejó de resistirse y apretó el paso para ponerse a su lado.
       —¿Cómo de tóxica? En una escala del uno al diez...
       —Sería un once.
       Y antes de que llegasen a la puerta ésta se abrió. Al otro lado, un hombre rubio con el pelo increíblemente largo sonreía mostrando unos dientes perfectos. Una sonrisa que murió en sus labios cuando se fijó mejor en ellos. Supo de quien se trataba al instante; Ash le había contado algunas cosas sobre su relación con su hermano, la persona más importante en su vida, y de los sentimientos que se profesaban. Y eran cosas de esas de las que no le hubiese gustado hablar. El rubio les hizo pasar y ellos iniciaron una rápida conversación en una lengua que no reconoció. Su lengua materna, imaginó. Una muchacha bajó por las escaleras y se acercó a ellos.
       —La estáis poniendo nerviosa, no entiende nada de lo que estáis diciendo... —dijo, poniéndose de puntillas para darle a Ash un beso en la mejilla. Un beso que éste le devolvió. Era pequeña, ese detalle se acentuaba aún más al lado de ellos. Su cabello era anaranjado, tan vivo como una puesta de sol. Diminuta y preciosa.
       —Éste es Vörj, mi hermano —confirmó Ash—, y ella es Hylissa. Vörj irá a buscar a alguien que puede ayudarte.
       De Hylissa sólo sabía lo que tenían en común: ambas eran mestizas.
       —Volveré lo antes posible —dijo Vörj en su dirección.
       Besó fugazmente a la mujer en los labios y salió por la puerta por la que ellos acababan de entrar. Comenzaba a sentirse mareada y se miró la herida; había empezado a supurar un líquido oscuro y los vasos sanguíneos que la rodeaban también se oscurecían, como si en lugar de sangre contuviesen líquido de batería. Abrió y cerró la mano, notándola entumecida, y cuando intentó dar un paso se dio cuenta de que las piernas no le respondían. Ash la sujetó impidiendo que cayese al suelo.
       —¿Te importa que la subamos a tu habitación? —le preguntó a Hylissa.
       —Claro que no, aunque esa ya no es mi habitación… A menos que tu hermano me eche de la suya.
       —Dudo mucho que eso vaya a suceder —dijo, haciendo ademán de cogerla en brazos.
       —Ni lo sueñes, chaval, aún puedo hacer esto por mi cuenta...
       Se sujetó a su cintura y él la agarró del brazo, pasándoselo por el cuello.
       —No hay nada de malo en dejarse ayudar...
       —Le dijo la sartén al cazo.
       Subir aquellas escaleras por su propio pie se había convertido en un reto. Era su objetivo a corto plazo. Algo absurdo pero que, extrañamente, consiguió que mantuviese la cabeza sobre los hombros. Al menos durante un rato más, mientras trataba de poner un pie delante del otro. Fue al llegar a la puerta de la habitación en cuestión cuándo se dobló por la mitad y vomitó sobre el exquisito suelo de parqué.
       —Joder, lo siento... —susurró completamente agotada.
       —No te preocupes, ya estamos aquí. Vamos.
       Esquivaron el desastre y cruzaron hasta llegar a la cama, dónde se sentó agradecida.
       —Creo que necesitaré algo, por si… ya sabes. Por si acaso. No creo que pueda llegar hasta el baño —anunció mirando la puerta entreabierta del aseo, que parecía estar a años luz.
       Tras ellos, Hylissa se movía con eficiencia. Le acercó una palangana y entró al baño a mojar una toalla que le colocó en la nuca. Nunca, en toda su vida, había estado enferma, y enseguida descubrió con aprensión que era algo que no había echado en falta para nada. Le dolía la cabeza, le ardían los pulmones, el brazo le palpitaba como si el corazón se hubiese mudado allí y le estuviesen dando una puta fiesta de bienvenida. Tenía escalofríos, rigidez general y los espasmos de su estómago convulsionándose terminaron con el poco control de sí misma que le quedaba hasta ése momento.
       Ash la descalzó y la ayudó a tumbarse en la cama, cubriéndola con la sábana.
       —Te pondrás bien, Yo estará aquí enseguida —dijo con seguridad la pequeña mujer antes de salir de la habitación, llevándose con ella en un cubo los restos del estropicio.
       No le parecía que fuese a ponerse bien. No se lo parecía en absoluto.
       Momentos después comenzó a tiritar.
       Ash buscó en un armario, sacando una manta que le echó por encima. Acercó una silla y se sentó junto a ella en silencio. No le diría que iba a ponerse bien porque eso sería mentir, y ella odiaba que le mintiesen.
       —Odias muchas cosas —lo escuchó murmurar.
       —Y aún no has visto nada... —trató de sonreír pero estaba segura de que no le había salido del todo bien. Los malditos dientes seguían entrechocando, aunque con la manta estaba algo mejor en cuanto a eso.
       Permanecieron callados bastante rato, aunque empezaba a perder la noción del tiempo. Se dio cuenta de que él le frotaba el brazo herido... y no sentía nada.
       —Oye —le dijo con voz rasposa—, si salgo de ésta quiero que me des ese beso. Pero joder, no me obligues a repetírtelo alegando que no estaba en pleno uso de mis facultades o algo así, porque no pienso hacerlo...
       Aquellos ojos grises estaban fijos en ella y no había ni rastro de humor. Le respondió algo, pero ya no lo escuchó. Le pareció que todo quedaba atrás...
       Y recordó a Paul. Paul que iría a buscarla allí, dónde ella le había dicho que estaba.
       —Paul... —gimió, antes de caer en la inconsciencia.