Capítulo 2




Una noche muy larga



       Llegaron al pueblo de madrugada. Habían conducido cerca de catorce horas, parando para comer algo y estirar las piernas. Se sentía completamente exhausta, y el irlandés no tenía mejor aspecto. Los demás ya estaban allí. Paul había hablado con ellos hacía un rato y, al parecer, no iban a tener la oportunidad de dormir hasta a saber cuándo. Habían hallado unos cadáveres cerca de la grieta y debían empezar a trabajar inmediatamente. Siguieron las indicaciones de Gary y aparcaron el mustang justo detrás de la furgoneta. Sacó de la guantera las identificaciones falsas y le tendió una a Paul.
       Al salir del coche vieron que Gary estaba dentro del vehículo, con la cabeza apoyada sobre el volante. Golpeó suavemente el cristal y éste alzó la vista y bajó la ventanilla. También parecía agotado. Ellos habían conducido otro tanto, y tampoco podían haber descansado lo suficiente. Aunque te turnes para conducir, dormir a intervalos irregulares mientras cabeceas con el cuello rígido en busca de una posición algo más cómoda, no es descansar. Ni mucho menos.
       —¿Qué haces aquí dentro? —le preguntó. Gary no era de los que se quedaban al margen y era extraño que no estuviese con los demás.
       —No hay nada que pueda hacer allí y, francamente, tengo el estómago revuelto —respondió pasándose las manos por el pelo, claramente alterado. Era extraño verlo así; Gary era el hombre de los nervios de acero.
       —¿Emma y Josh?
       —Están instalando sus cosas. El forense viene de Bloomington y no lo esperan hasta primera hora de la mañana. Tenéis ese tiempo para... Ya sabéis.
       Sí, echarle un vistazo a los cuerpos. Rodeó la furgoneta hasta el otro lateral y sacó la cámara de fotos y una bolsa de lona con el resto de su equipo. Con un poco de suerte, cuando amaneciese, podría tomar algunas fotografías antes de que levantasen los cadáveres.
       —¿Cuántos? —preguntaba Paul cuando volvió a la parte delantera.
       —Dos. Joder, espero que hayáis cenado temprano —cerró los ojos un momento, recomponiéndose. Definitivamente, nunca lo había visto así.
       Gary era el mecánico. Bueno, en realidad esa definición se le quedaba realmente pequeña, especialmente si uno reparaba en las dos berettas tuneadas que sobresalían por ambos lados de la chaqueta. Además, Gary podía conducir o pilotar cualquier cosa que le pusiesen en las manos. También hacía todo tipo de reparaciones y, a veces, construía cosas de la nada. Puede que una simple explicación tampoco definiese bien la labor de Gary. Su habilidad les había salvado el culo en más de una ocasión. Hace un par de años los sacó de Panamá volando en un viejo aeroplano sin motor que se caía a pedazos. Lo mantuvo en el aire mientras se iba desmontando poco a poco hasta que consiguieron cruzar aquel maldito canal, y lo aterrizó con la suavidad con la que se arropa a un bebé, dejándolos temblorosos en tierra firme a todos. Si estaban vivos hoy era sólo por la habilidad de aquel tipo y, si bien el equipo estaba formado por cinco personas, sólo él y Paul valían su peso en oro.
       —Gary, el motel no está lejos, ¿porqué no descansas un par de horas? —él pareció dudar ante la oferta—. Te llamaremos si surge cualquier cosa, tranquilo.
       Asintió en silencio, se bajó de la furgoneta y caminó en la noche, perdiéndose de vista al llegar a la calle principal.

       Los focos de la policía iluminaban todo el lugar, puesto que no había ningún tipo de alumbrado. Había desaparecido también con el resto. El espectáculo era inquietante, con aquella luz mortecina envolviéndolo todo.
       —Las cosas no se evaporan por las buenas... —Paul evaluaba la situación, tratando de imaginar a qué se iban a enfrentar.
       —No sabría decirte... Pero juraría que nadie se lo llevó en el bolsillo —dijo ella removiendo la tierra con el pie de forma inconsciente.
       —Odio estas mierdas.
       Lo entendía perfectamente. Las situaciones difíciles eran mucho más manejables –o, al menos, eran comprensibles
. Esto, en cambio... Se detuvieron ante el agente que parecía estar al mando y mostraron las identificaciones. Tenía exactamente el mismo aspecto demacrado que Gary, y unas bolsas oscuras se habían asentado bajo sus ojos. Unos ojos llenos de impaciencia.
       —Sus compañeros dijeron que vendrían. Sinceramente, odio a los federales, odio su forma de meter las narices en cualquier parte, como si fueran los amos del mundo. Odio su forma de buscar dónde otros han buscado antes, dando por sentado que son unos completos inútiles. Odio sus caras de "Eh, sé más que tú", y también esa pose ensayada que dice que todos llevan un palo metido en el culo. Pero hoy... —dijo mirándola fijamente, haciendo gala de una tranquilidad que sabía que no tenía—. Sólo espero que encuentren algo que explique lo que hay bajo esa sábana. Porque sinceramente, dudo que vuelva a dormir sin ayuda de fármacos en la puñetera vida.
       Y tras soltar el pequeño discurso escupió en el suelo, se dio la vuelta y se dirigió hasta dónde estaban sus agentes para seguir con lo que estaban haciendo: esperar al forense.

       Divisaron la silueta de Emma bastante más allá y caminaron hasta ella. Al llegar vieron que Josh también estaba allí, oculto tras un pequeño montículo, con la cabeza metida en la enorme brecha. Emma y Josh. La parapsicóloga y el técnico: los lastres.
       Eran pareja desde hacía poco, y formaban parte del equipo desde hacía sólo un poco más. Ella era como un perrito, de mirada dulce y de carácter aún más dulce. Pasaba el día metida entre lecturas de bla, bla, bla, y de vete a saber. Cosas que, particularmente, le importaban una puta mierda. Josh era informático. Montaba y desmontaba los aparatos de Emma y les hacía el mantenimiento. También podía hackear cualquier cosa que se propusiese, aunque Rebecca era de la vieja escuela, y no le encontraba demasiada utilidad a esta habilidad. Porqué abrir una puerta cuando puedes echarla abajo de una patada. Ambos eran como dos alegres ositos de peluche enamorados. Y ella odiaba los peluches, especialmente si estaban enamorados. Detestaba cargar con ellos cuando salían, y ni una sola vez habían hecho algo que sirviese de utilidad. El trabajo habitual requería de balas, no de ordenadores. De cálculos y mente fría, no de lecturas. De estadísticas, no de corazón. Desde su particular forma de ver las cosas, Emma y Josh eran los lastres.
       —¿Qué tenemos? —preguntó de mala gana.
       —Estamos instalando el equipo, es probable que todo esté listo en unas horas —respondió Emma lanzando miradas preocupadas a su novio mientras hablaba, posiblemente pensando 
y no sin razón que podría caer dentro del agujero.
       —Echemos un vistazo a los cuerpos —intervino Paul.
       También parecía inquieto, con ganas de terminar cuanto antes con aquello. Por la noche siempre se ven las cosas de otra manera. Y aquel silencio. No se escuchaba nada que no proviniese de ellos mismos. Nada ambiental. Estar allí dejaba una sensación de hermetismo opresivo. Un desasosiego que le traspasaba hasta el alma, y puede que más allá.

       Habían colocado unas vallas para delimitar la zona alrededor de los cadáveres. Tal y como había dicho el poli, estaban cubiertos por una sábana blanca. Dejó la bolsa en el suelo y sacó los guantes tendiéndole un par a Paul, que negó con la cabeza.
       —No pienso tocar nada de lo que haya allí debajo. Eso te lo dejo a ti.
       Esbozó una sonrisa torcida y se puso los suyos.
       Se acuclilló junto a la sábana y la levantó. Una exclamación de sorpresa salió de su boca seguida de un improperio y una maldición, y se quedó allí, paralizada, boqueando estupefacta como un pez fuera del agua.
       —¡Joder! Dios, oh... ¡Joder, joder, joder...! —gritó Paul a su lado, cubriéndose la boca con la mano y cerrando los ojos con una fuerza desesperada. Tuvo que arrodillarse para afianzarse mejor y evitar caer encima de los restos.
       —Jamás, en todos estos años, había visto algo semejante —susurró. Paul asintió aún sin abrir los ojos. Parecía que estuviese rezando en silencio—Pásame la linterna.
       Él obedeció y se dio la vuelta. No necesitaba verlo mejor, ya era suficientemente malo sin los detalles.
       Se la colocó en la boca mientras manipulaba en busca de algo. Lo que fuese. Aunque ya sabía que no encontraría nada más a parte de lo que saltaba a la vista... Sólo uno de los cuerpos era apto para una autopsia, y sabía exactamente lo que ésta revelaría. Se alegró de no ser la encargada de realizarla. Simplemente se conformaría con el informe posterior.
       —Paul, ¿porqué no te acercas a los agentes y que te cuenten todo lo que saben sobre esto?
       —De acuerdo —respondió con voz ahogada, deseando alejarse de allí lo más rápidamente posible.

       Ya había amanecido cuándo regresó. Ella había tomado fotos, agradeciendo la luz diurna, y buscaba por los alrededores intentando dilucidar una explicación coherente para todo aquello. Aunque la mayoría de las veces, como ya sabía muy bien, no había ninguna.
       —Dieron aviso de la desaparición de los chavales a primera hora de la noche, cuando ninguno de los dos regresó a su casa —dijo tratando de recomponerse.
Todo era mucho más duro cuando se hablaba de niños, sí—. Los vecinos se repartieron en equipos de búsqueda, los cuerpos los encontró William Hutcherson. Su hijo era amigo de los críos y siempre andaban juntos. Imaginó dónde estarían porque al parecer merodeaban mucho por la zona.
       —De acuerdo. Me pasaré por su casa antes de comer. Les daremos un tiempo para que descansen...
       —Joder, Becca... no puedo creer que hables de comida después de lo que has visto...
       Ella se encogió de hombros. No es que no le afectase, simplemente su cerebro separaba meticulosamente todo lo que procesaba.
       —Entonces esperaremos al forense, y a ver si ese par han sido capaces de terminar de montar al espantapájaros antes del mediodía.
       Los oían murmurar desde allí. Por fortuna, ninguno de los dos se había acercado hasta los cuerpos. Al igual que el agente, no volverían a dormir de una forma natural en la puta vida.
       Joder, sí. Emma y Josh eran demasiado blandos para todo esto.